25.11.08

4.

Para cuando Pedro terminó de hablar, en el consultorio ya se sentía un calor agobiante. En la calle, la inminente llegada del invierno se adivinaba aunque ni siquiera había transcurrido la mitad del otoño, hacía frío, pero dentro, los cristales de las ventanas estaban empañados entre los espacios que dejaban las persianas horizontales. La doctora Leticia Garcés no pudo evitar limpiarse el sudor que había recorrido todo el camino desde la sien y que en cualquier momento estaba por alcanzar su cuello con la pañoleta que llevaba amarrada y ladeada un poco hacia la derecha, sintió una descarga eléctrica en el instante en que la yema de su dedo índice tocó la piel ya húmeda. Trató de no mostrar signo alguno de turbación, aunque no estaba segura de haberlo logrado. No significaba que el relato de Pedro haya sido en realidad excitante, ella era una profesional que llevaba ya varios años dando terapias a adolescentes y a final de cuentas eso era todo, la historia de un púber descubriendo su sexualidad de la mano de una mujer un poco mayor y con cierta experiencia. La doctora no creía que el hecho de que llevara seis meses ya sin una relación ya no estable, sino una relación en cualquiera de los sentidos de la palabra, influyera en que su cuerpo reaccionara de esa manera a las palabras que estaba escuchándole a Pedro. Había pasado casi medio año en que ningún hombre la tocaba con lujuria, en que no sentía ese calor de la carne llena de deseo entre sus piernas, en que su centro no vibraba con las arremetidas violentas de un pene erecto en su interior, casi medio año desde que todo su ser tembló por última vez en compañía. Aún lo recordaba vívidamente, era su cumpleaños y sus amigas le habían organizado una fiesta sorpresa en la que el invitado de honor era Guillermo, el hombre con el que había coqueteado desde hacía unas semanas por internet. No se conocían personalmente pero los dos habían sido completamente honestos el uno con el otro, se habían mostrado sus fotos reales y habían tenido sexo cibernético. Pero ese día Guillermo iba a por todo. Se había vestido con su mejor traje, uno que resaltaba su cuerpo trabajado en el gimnasio, negro, de raya de gis, con una camisa oscura y una corbata con vivos dorados; él era alto, medía un metro con noventa y dos centímetros, una piel impecable, blanca y ligeramente coloreada por el sol, ojos profundos y negros al igual que su cabello muy corto y su barba de candado perfectamente recortada y delineada. Leticia lo miró de inmediato con deseo y no pasó mucho tiempo antes de que ambos abandonaran la fiesta para refugiarse en la habitación de ella.

Guillermo la tenía. En los ojos de los dos se reflejaba el otro y todo fluyó de manera natural. Parecían un par de amantes que se conocían desde hacía años, que habían hecho el amor infinidad de veces. Él sabía exactamente en que sitio tocarla para hacerla perder la vertical, lentamente mientras sus labios la atrapaban entre mares de pensamientos pecaminosos, los dedos cual serpientes se deslizaban desde su cuello hasta sus pechos, bajando por sus hombros los delgados tirantes del vestido que apenas la cubría ya. Leticia, por su parte, se encargaba de aflojar la corbata y desabotonar la camisa con presteza. Guillermo no parecía ser capaz de detenerse, le acariciaba los muslos y ella sintió que su excitación suprema se revelaba en un gotear secreto que salía de su entrepierna amenazando con mojar por completo a de su devorador. Despacio subió la mano guiado por el trazo de humedad que venía directamente de ese punto, presionó y al tocarlo, todo su cuerpo de explotó en un gemido de placer, un suspiro y un grito ahogado que él reprimió con una feroz mordida en el labio inferior de Leticia. Aún no estaba lista, ella quería más y como pudo se zafó de los brazos poderosos que la poseían, con una mirada de lujuria que excitaría a cualquiera se arrodilló frente a él, sin dejar de mantener sus ojos color avellana fijos en el negro profundo, desabrochó el pantalón y con un solo movimiento se llevó a la boca el orgullo viril de Guillermo. Con las uñas de su mano izquierda encarnándose de una forma por demás salvaje en sus nalgas y su lengua recorriendo con maestría el glande, Leticia lo masturbaba cada vez más rápido, y lo sentía venir, él se convulsionaba y sus rodillas estaban a punto de ceder.

Ella veía a Pedro agitarse mientras hablaba y lo imitaba inconscientemente. Aunque él tenía una atenuante definitiva - pensó la doctora -, eran sus propios recuerdos, reales o distorsionados por el tiempo o quizá modificados a voluntad debido a las obsesiones que tenía, los que lo hacían revivir esos momentos, pero aún y cuando su respiración se entrecortaba en cada pausa, la voz no se le quebró jamás; claro que era un recuerdo agradable, incluso podía calificarse como feliz, una de esas ocasiones que se quedan grabadas como en piedra en la mente, sin embargo esa última frase que Pedro había pronunciado la alertó. Lo que venía seguramente no sería agradable, ni para ella como terapeuta ni para él como paciente. No iba a ser fácil penetrar en esa mente obsesiva.

- Creo que ya no va a ser necesario verla.

- Perdona Pedro, no comprendo, recién hoy comenzamos la terapia y creí que el doctor Sacbé te había preescrito treinta días, y yo tenía preparadas varias cosas, ejercicios que podrían ayudarnos a resolver tu ...

- No, Lety no. Me refiero a que, es decir, lo que quiero saber y no quiero que me hables con rodeos es si el doc Horacio te contó mis planes para estos treinta días.

- Me ha dicho todo lo que sabe, de eso estoy segura, así que a menos que hayas cambiado de parecer, sé que planeas buscar, encontrar y de ser posible charlar con cada una de las mujeres que han pasado por tu vida, ¿me equivoco?

- No, es eso precisamente lo que haré. Y te necesito para que me ayudes a poner algunos pensamientos en orden. ¿Puedo contar contigo?

- Sabes que sí, y aunque sabes que tengo otra consulta, durante este mes le he dado mi palabra a Horacio que mi máxima prioridad será tu caso, el ayudarte. Y ahora te lo prometo a ti. Juntos lograremos conocer la verdad, lo único que te pido es que confíes en mí, en mis métodos y en mi experiencia.

- De acuerdo.

- ¿Es una promesa?

- Claro que sí Lety, y me refiero a que ya no va a ser necesario que busque a Ruth. Ahora lo sé. Era el olor, las feromonas atacan directamente a los sentidos. Y ese día de la fiesta fantasma las sentí por vez primera.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿No crees que estás acomodando todos los elementos para hacerlos encajar por la fuerza dentro de tu teoría?

- No Lety, mira, no creas que no lo he pensado, lo he hecho y concienzudamente. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Al salir de la casa de Ruth aún tenía todo el cuerpo rebosante de adrenalina. A lo mejor vas a burlarte, pero sentía pasar por todo mi torrente sanguíneo unas partículas extrañas, pesadas como piedras pero al mismo tiempo porosas ya que no me sentía particularmente lleno.

- Bien sabes que eso puede deberse a la sensación de bienestar que te produjo el haber tenido tu primera experiencia sexual, ¿verdad?

- Estoy consciente de eso. Pero lo que te estoy diciendo es lo que pasó. Y bueno, me sentía usado, y feliz, pero sucio. Salí de ahí con una falsa sonrisa en la cara, nadie volvería a hacerme sentir así.

- Me parece bien, Pedro. ¿hay algo más que quieras contarme?

- Por hoy no Lety. Te agradezco de verdad, y nada me gustaría más que quedarme, aún hay muchísimas historias que compartir contigo, pero esta tarde tengo que buscar a Jahayra.

- ¿Me contarás? Si la encuentras, mañana a la misma hora.

- Te prometo no llegar tarde.

Pedro salió del consultorio y la doctora Leticia Garcés Padró lo siguió con la mirada. Un rubor manchó sus mejillas cuando su paciente volteó y le sonrió.

¿Qué me está pasando? - Se dijo Leticia a sí misma - Es un paciente como todos, no es nada especial. Es un obsesivo con desplantes de esquizofrenia bastante evidentes, pero tiene ese toque que lo hace atractivo para cualquiera. Lo sé, una de las primeras reglas de este trabajo es no crear lazos sentimentales, reales o imaginarios con los pacientes; eso, además de crear un conflicto de intereses o una falta de ética profesional no es conveniente para mí.

- Doctor Horacio ¿Qué sabe usted de esa mujer? Esa Jahayra. - Leticia se notaba ansiosa mientras oprimía el botón del intercomunicador de la Cámara de Gessel.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente la historia es muy buena luiz me tiene hipnotizada con ganas de seguir leyendo mas
sigue escribiendo eres muy bueno heee

diablicima.!!

la chida de la historia dijo...

No vuelvas a hacerme lo mismo, por favor!!! cada día necesito leer lo que sigue de la historia... me encanta el toque superrrrrrr masculino que le estás imprimiendo... sé que así tiene que ser... pero además me encanta!!

Felicidades, papito!... vas MUY bien...

Soy tu fansssss!!!!!

Marina E. Torres C. dijo...

Muy bueno nene sabía que iba a ser bueno sinceramente no pensé que tuviera ese tema sexual tan fuerte pero está súper bien manejado no es grotesco,está padrísimo y te atrapa desde el principio pero para cuando lo demás?