6.11.08

23.

Cuando traspasó la frontera virtual del portón de la casa de Cristina, Pedro pudo darse cuenta que dentro, el olor se hacía más fuerte, si todo el camino lo había percibido, aquí en el jardín frontal el aire estaba completamente impregnado del olor a cloro y con una intensidad que no recordaba haber sentido jamás. Tuvo miedo, si sus teorías eran correctas, eso significaba que Cristina estaba muy excitada, si ya lo estaba y al oírlo llegar su estado se incrementó o si solamente él lo había provocado, tenía que descubrirlo. Si la exposición constante durante quince años de su vida al olor de la humedad femenina había sido la causante de que un tumor se le hubiera desarrollado en el lóbulo frontal del cerebro, el entrar ahora y encontrarse de frente con ella podría suponer un golpe letal del que no podría recuperarse. Aunque también era cierto que en los últimos dos días había comenzado a dudar de sus propios pensamientos, le había costado casi seis meses el poner todas las piezas juntas, y darse cuenta, previo abandono de la quimioterapia que mantenía su mente adormilada, de la verdad. Sin embargo no tenía ya nada que perder; su esposa lo había abandonado sin decirle adiós y sin explicación alguna y ni siquiera sabía si ella tenía conocimiento de su condición, la primera mujer por la que sintió algo especial yacía en este momento al borde de la muerte en una cama de la habitación número trece del ala de cuidados intensivos del hospital San Jorge de Atanes, sintió un irrefrenable deseo de saber que había sido de la vida de Isabel después de lo que había pasado entre ellos, había arruinado las cosas con la mujer que le atraía ahora o eso creía pues sentía que no iba a volver a ver a Leticia. Nada tenía, la dueña de la casa a la que ahora golpeaba a la puerta era su última esperanza de aferrarse a algo real, a algo de este mundo, de saber que su vida había servido de algo antes de marcharse, de perderse entre la irrelevancia.

- Pedro, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no me llamaste antes? Entra por favor, te estás congelando. - Cristina, con el mismo cabello negro azabache que brillaba de una manera espectacular, con su nariz pequeña y con unas cuantas pecas colocadas estratégicamente a lo ancho de sus mejillas, le hablaba con la misma suavidad con la que lo había hecho desde siempre, no había en su tono de voz trazo alguno de reproche o de queja. Y Pedro se sintió confortado.

- Gracias, perdóname, no sabía a donde ir. Toda la mañana estuve pensando en ti, quería verte, hablarte, escucharte quizá por última vez.

- ¿Qué pasa? Ven a la sala, aquí podemos hablar, ¿quieres tomar algo?

- Refresco de cola, mucho hielo por favor.

- Ya sé, te conozco. - Le dijo Cristina y dejándolo solo en la sala se dirigió a la cocina, donde el ruido de trastes y hielos lo aturdía, la cabeza había comenzado a dolerle y agradeció que fuera, en la calle la luz natural disminuía y la casa poco a poco quedaba en penumbras.

- ¿Tienes vasos de plá... - La petición de Pedro fue interrumpida por el fuerte sonido que hizo Cristina al empujar la puerta de la cocina dando un puntapié. Traía con ella dos vasos, uno de cristal y uno de plástico transparente con hielo hasta el tope y refresco de cola. Se lo extendió y él lo tomó y bebió, no sabía cuán sediento estaba hasta que sus labios probaron el frío y gaseoso líquido. De un solo trago lo terminó mientras Cristina lo miraba con una sonrisa condescendiente.

- Pasó mucho tiempo, ¿o no? ¿Por qué tardaste tanto en venir?

- Yo, ah, no sabía si querías verme, la verdad no imagino lo que debiste haber sentido o pensado cuando me desmayé. Quise llamar para disculparme contigo, pero al principio no me dejaron, mientras estuve en tratamiento estaba muy controlado, ni siquiera me dejaban trabajar, perdí a mis clientes y me quedé sin nada más que mis ahorros. Después abandoné los fármacos y las radiaciones y me sentía pésimo, aparte del mes que estuve bajo tratamiento, me pasé otras cuatro semanas sin poder hacer mucho, apenas podía levantarme y no fue sino hasta que el doctor Sacbé me dio de alta que pude volver al gimnasio y a comer normalmente. Pero por favor Cristina, no pienses que me olvidé de ti, de ninguna manera. Si no te busqué fue por vergüenza, sentía remordimiento y no quería que tú te culparas de lo que me pasó.

- Yo no supe que hacer. Estaba extasiada y no me di cuenta que te habías desmayado hasta después de que me relajé cuando llegué al orgasmo. Sí me sentí muy culpable, y el ver el gesto acusador de tu hermano Alejandro haciéndome sentir responsable por lo que te había pasado me perturbó. También siento no haberte buscado antes.

- Espera, ¿Alejandro dices? ¿Él que tiene que ver en esto?

- Cuando me di cuenta de que no respondías me asusté muchísimo, me vestí de inmediato y ni siquiera me dio tiempo de limpiarme o bañarme o algo. Le llamé a tu hermano, fue el primero en el que pude pensar, le llamé y en cinco minutos ya estaba en tu departamento acusándome. Le supliqué que te ayudara y que me dejara acompañarlos al hospital o con el doctor. Pero no me hizo caso. Me dijo que él se haría cargo de todo y prácticamente me corrió de tu casa. Por eso me abstuve de llamarte o pasar a buscarte, no quería toparme con él de nuevo y que me tratara de esa manera delante de ti.

- No me sorprende de Alejandro, sin embargo no es lo que a mí me dijeron. Yo siempre había creído que simplemente te habías ido de ahí, mi madre me contó que el doctor Horacio llegó al departamento a ver como seguía y que me había encontrado desnudo, sudoroso y tirado en el piso.

- Pedro, perdóname, debí insistir, y no, no te dejé desnudo, te vestí, al menos te puse la ropa interior y los pantalones. ¿Cómo pudiste creer que yo iba a dejarte así?

- No lo sabía Cristina, perdóname tú a mí por hacerte pasar por eso. Han pasado muchas cosas desde entonces.

- Lo sé, lo imagino Pedro, hace un par de meses me topé con el doctor Sacbé en el supermercado y hablamos unos minutos. Me contó a grandes rasgos lo que te pasaba y en ese momento una parte de mí se murió, quise saber más e hice una cita con él en su consultorio, hablé con la recepcionista, la señora Lulú porque quería asegurarme de no encontrarme contigo. Ya sé, ya sé Pedro, fue una tontería pero sabía que iba a romperme en el mismo instante en que te viera.

- Habría querido tenerte cerca hermosa, me habrías hecho todo el bien del mundo.

- ¿Sabes? Aún tengo tu olor clavado en mi nariz.

- No recuerdo que loción estaba usando ese día, tal vez ninguna, estaba más que deprimido y no ...

- No me refiero a ese olor Pedro.

- ¿Entonces?

- Es un olor peculiar que jamás en la vida había percibido, haciendo memoria lo llegué a sentir un poco cuando estaba contigo, pero esa última vez fue diferente. Parecido al olor del cloro pero muchísimo más penetrante, aunque no era desagradable, se metía hasta dentro de mis sentidos y me excitaba, como nunca antes me había excitado olor alguno. Incluso, lo puedo sentir en este momento. Aquí, contigo.

2 comentarios:

la chida de la historia dijo...

Lo sabía ¬¬

Pero aún falta algo... algo importante... me preocupa...

Marte 25 de Noviembre de 2008....

Anónimo dijo...

Sacatelasbabuchas!!
Ese pedroooo!!