7.11.08

22.

El primer impulso que sintió la doctora Leticia Garcés cuando supo de la confesión de la familia de Pedro fue el de huir. Salir corriendo, abrir de un golpe la puerta sin importarle que pudiera lastimar a la señora Lulú, la recepcionista que seguramente escuchaba todo lo que ocurría dentro, encorvada y con el oído pegado a la gruesa madera. Quería irse de ahí de inmediato y ver a Pedro, contárselo todo, él tenía que saberlo, lo que su familia le estaba haciendo no era justo, al menos no para ella. Se imaginó sentada junto a él en el café de chinos que siempre le había encantado, tenía que decirle que Marisol, no lo había abandonado, que él debía buscarla y aclarar su situación con ella, que nada de lo que estaba pasando era su culpa. Pero también tenía celos. Por segunda vez en el día sentía ese coraje interno que le hacía perder la templanza. Hasta ese momento, había sido muy cómodo el pensar que en efecto, su esposa lo había dejado porque no quería saber más de él, lo cual le dejaba a ella el camino libre para permanecer a su lado, sin embargo este secreto cambiaba las cosas. En su interior la confusión reinaba, su compromiso con la verdad y su ética profesional, a los cuales ya había faltado se enfrentaban cara a cara contra sus sentimientos que a cada segundo que pasaba se hacían más grandes y más fuertes hacia Pedro. - Va a morir. - Pensó. - No puedo ni debo intervenir en las decisiones de la familia aunque ...

- También quiero estar presente. Quiero estar ahí cuando le digan la verdad a Marisol. - La voz de Leticia era firme y autoritaria. No era una solicitud, era una exigencia y tanto el doctor como la señora Darmand lo entendieron. No así Alejandro.

- Yo sigo insistiendo mamá. Esta mujer ya cumplió su papel en este asunto. Lo hizo mal, nos falló y no tiene ningún derecho de exigirte nada.

- Tengo todo el derecho que me ha dado Pedro cuando me eligió para ser su terapeuta. - Replicó la doctora.

- ¡Pedro no te eligió! Nosotros lo hicimos, confiamos plenamente en la palabra de Horacio y también nos ha decepcionado. ¡Díselo mamá! ¡Dile que ...

- Pedro eligió estar bajo mi tratamiento desde el momento en que cruzó el umbral de la puerta de mi consultorio, me eligió para acompañarlo en sus últimos días y yo he tomado mi decisión también. - Dejó a Alejandro con la palabra en la boca y se dirigía ahora a su madre. - No se lo estoy pidiendo Helena, le aviso, les aviso a los tres que estaré presente, de una o de otra manera. Marisol le ha dicho a su hijo que quería saberlo todo. El todo me incluye a mí.

- Sabes bien lo que quieres Leticia, eso me da gusto. Pero es necesario que entiendas que Pedro va a morir y eso es algo que ...

- Lo sé Helena, créame que lo sé, lo entiendo y aunque usted no lo haga y piense que mis motivaciones no son lo suficientemente poderosas, eso no las hace menos válidas.

- Pedro tiene que estar con la mujer que él desee. No con la que pueda merecerlo más ni la que lo quiera más a él. De igual forma, si lo que prefiere es estar solo, no podemos forzarlo a nada. Lo intentamos, quise que se mudara a la casa mientras tomaba la quimioterapia y las radiaciones, acaso lo habré presionado mucho, tanto que lo que decidió fue abandonar el tratamiento e ir a vivir solo a su departamento.

- Eso es precisamente lo que trato de decirle. Pedro necesita tener toda la información para decidir lo que más le convenga. O lo que más quiera. Yo les prometo que no interferiré para nada en su juicio. Lo único que quiero es que no me excluyan de su vida.

- Para las cursilerías. Lo único que te pasa es que mi hermano te ha hecho lo que le ha hecho a todas las mujeres que han pasado por su vida. Te engatusa y te hace creer que él es lo único que importa en el mundo, tienes que creerlo, lo conozco como a mí mismo. - Alejandro comenzaba a elevar el tono de su voz.

- Ya entiendo Alejandro. - Leticia también empezaba a enojarse, pero a diferencia del hombre que estaba de pie frente a ella, debía mantenerse calmada. - ¿Sabes? Por un momento pensé que tenías algo en mi contra, pero lo único que estás haciendo es proyectar tus celos filiales por haberte sentido siempre a la sombra de tu hermano. No te culpo, pero no puedes pretender que Pedro actúe siempre de la manera en la que tú lo ves.

- Leticia, por favor. - El doctor Horacio Sacbé interrumpía con la voz grave pero clara, de nuevo desde atrás del escritorio, pero ahora se levantaba del sillón y su presencia se hacía más intimidante, Alejandro también lo sintió y retrocedió. - Ya basta con esta discusión sin sentido. Quiero repetirles que todos los que estamos entre estas cuatro paredes estamos buscando lo mismo. El bienestar de Pedro, por ahora nada más importa. Para empezar, debemos hablar con Marisol. Helena, no sé lo que tú opines, pero yo estoy de acuerdo con Leticia, ambas merecen saberlo todo.

- Vamos entonces. Marisol nos espera. - Helena había entendido la discreta mirada que Horacio Sacbé le había dirigido. - Alejandro, busca a tu hermano, dile que necesito verlo urgentemente. - Se levantó del diván en donde había permanecido todo ese tiempo y se encaminó a la puerta. - ¿Nos vamos, Leticia?

- Después de ti Helena.

En silencio, el doctor Horacio Sacbé salió de su despacho tomando a Helena Darmand del brazo, detrás de ellos, Leticia, radiante, caminaba con seguridad y la espalda perfectamente erguida. Por último, Alejandro, alisándose la corbata y manteniendo la mirada fija en las nalgas de la doctora que resaltaban de forma espectacular con el pantalón de mezclilla que llevaba puesto. Doña Lulú los miró pasar a los cuatro, sonrió y calló.

1 comentario:

Anónimo dijo...

haa que ira a pasar con marizol
cuando se entere ho:O
interesante interesante
besos diablote