5.11.08

24.

El auto negro y lujoso del doctor Horacio Sacbé Laarv se movía con ímpetu entre las calles de la ciudad y el tráfico de las seis treinta y cinco de la tarde, y aceleraba y rebasaba a otros automóviles como nunca antes lo había hecho. Al volante, su dueño se notaba ansioso, las dos manos tensas y apretadas simétricamente colocadas a los lados mantenían las muñecas rígidas, los ojos castaños del doctor fijos en el frente y su ligero encorvamiento habitual era aumentado debido al peso de la responsabilidad que sentía sobre los hombros y que le oprimía los sentidos. En el asiento del copiloto, la señora Helena Darmand Fontanet permanecía prácticamente inmóvil con los dedos de ambas manos entrelazados unos con otros en su regazo, con la mirada traspasaba el cristal de la ventanilla lateral sin concentrarse en lo que pasaba frente a sus ojos, inmóvil salvo por una oscilación de la punta del pié derecho que se balanceaba de un lado para el otro cada vez más rápidamente. En el reducido asiento trasero, la doctora Leticia Garcés Padró, detrás del asiento del conductor, apretaba su cuerpo contra la parte interior de la portezuela trasera, habría querido ir ella misma en su propio auto, sin embargo no podía confiar en que ellos la guiarían por el camino indicado, se sentía bastante incómoda dentro de ese silencio pero no había otra manera, mientras miraba a través del limpio cristal a los demás autos que iban pasando por la calle y mantenía los brazos frente al pecho, cruzaba las piernas alternadamente como síntoma de nerviosismo y acaso de un poco de excitación, posó el muslo derecho sobre la rodilla contraria por décima ocasión sin darse cuenta que a su lado, Alejandro Ortiz Darmand le miraba alternadamente y de reojo las nalgas y los senos. Éste, vestido con traje color café claro de tres piezas, zapatos negros perfectamente boleados con calcetines a tono, camisa blanca impecable que no dejaba ninguna transparencia y corbata de texturas negras con el nudo ancho, visto de perfil tenía un gran parecido con su hermano Pedro, y este hecho hacía que Leticia se mordiera los labios discretamente para evitar voltear y admirarlo. Le rompía el corazón el recuerdo de la voz idéntica denostándola, pero se forzaba a sí misma a mantenerse ecuánime, por mucho que el aroma natural que expedía el hombre que minutos antes la agredía y que ahora estaba a su lado en aparente tregua mutua le recordara a Pedro, Alejandro no era él.

Tanto el conductor como los tres pasajeros sintieron el violento virar del auto hacia la derecha para pasar por el frente de un autobús colectivo que se interponía entre ellos y la calle en la que debían dar vuelta. Horacio Sacbé había descuidado el camino debido a las ideas que se le agolpaban en la cabeza. - ¿Qué iban a decirle a Marisol? - Pensó. - ¿La verdad? Si bien es cierto que jamás hablé con ella del asunto, sí estoy seguro de que Alejandro no le dijo lo que en realidad pasaba, la verdad sonaba como un pretexto barato. Ella jamás hubiera aceptado irse del lado de Pedro aunque lo hubiera visto en el peor de los estados a causa del tratamiento. Y aunque por unos días tuve curiosidad de qué es lo que había hecho Alejandro para alejar a Marisol de su hermano, en ese momento el bienestar de Pedro era mi prioridad. - En verdad no tenía la menor idea de lo que les esperaba en casa de Marisol, pero si estaba plenamente consciente de que había llegado el momento de poner todas las cartas sobre la mesa.

Por culpa del rápido viraje, Alejandro, que viajaba sin cinturón de seguridad se precipitó con fuerza hacia la izquierda del asiento. Sus manos hicieron contacto con los duros muslos de Leticia y su rostro quedó justo a la altura de sus senos. El frío había hecho que los pezones de la doctora se mantuvieran erectos y notables a pesar de estar cubiertos por el sostén deportivo color carne, la blanca blusa y el chaleco negro. Alejandro podía sentir el roce en cámara lenta de éstos contra su mejilla izquierda, su barba se erizaba y casi era capaz de identificar la sensación eréctil de todos y cada uno de los pelos que la componían. Para Leticia, en cambio, todo pasó muy rápido, el giro provocó que sus piernas se descruzaran, que su cara se embarrara contra el cristal de la ventanilla y que el maquillaje de sus ojos se le corriera por todo el costado de la cabeza hasta llegar al cuello, pudo sentir una hinchazón en la sien que crecía y la pesada humanidad de Alejandro sobre ella, sus manos apretándole el interior de las piernas en el intento de levantarse y si su imaginación no le estaba jugando una broma pesada, estaba segura de que la nariz de Alejandro se asomaba por uno de los espacios entre los botones de su blusa tocando con la punta la tela de su sostén. Con presteza logró deshacerse de él, quitárselo de encima y lanzarle una furiosa mirada de asco y disgusto. Él ni siquiera se disculpó, simplemente le devolvió una sonrisa forzada y se acomodó al otro lado del asiento cruzando los brazos y mirando fijamente a la nuca de su madre.

El auto se detuvo frente a una portón negro, las paredes que lo escoltaban tenían una textura pétrea y el color variaba entre diferentes tonalidades de gris, una marquesina con las luminarias rotas evitaba que la luz de las farolas de la calle cayera directamente sobre las cerraduras, sin embargo, una rendija iluminada por debajo las indicó que había alguien dentro de la casa. El doctor Horacio Sacbé apagó el motor y se apresuró a rodear el automóvil para abrir la puerta izquierda, así lo hizo y tomando del brazo a la señora Helena Darmand la ayudó a salir. Ella ya blandía el juego de llaves que había sacado de su bolso momentos antes y mientras se apresuraba a introducir la llave de seguridad dentro de la chapa, Alejandro y Leticia bajaban también del auto y se colocaban a sus costados. Horacio se mantuvo un poco al margen detrás de ellos. La llave crujió al entrar y no dio vuelta.

Helena reprimió un grito, hizo una extraña mueca y tiró al suelo el llavero, sin perder en apariencia el temple, hizo sonar el timbre. De inmediato el intercomunicador zumbó y una voz dulce, suave y un tanto aniñada respondió:

- Diga, ¿qué desea?

- Marisol, soy Helena, Alejandro me dijo que querías verme y aquí estoy.

- ¿Viene sola?

- No, mi hijo viene conmigo, Alejandro. También me acompañan los médicos de tu esposo.

- ¿Médicos? ¿De qué se trata todo esto?

- Yo tendría que preguntarte a ti Marisol, ¿por qué has vuelto?

- Porque ésta es mi casa y quiero ver a mi esposo.

- ¿Serías tan amable de dejarnos pasar? Hace frío y en verdad tenemos muchas cosas que discutir.

El inconfundible sonido del metal contra metal rompió el incómodo silencio que se sentía afuera de la casa de Marisol, el portó automático se abría y chirriaba evidenciando que no había sido abierto continuamente en meses. Al tiempo que el doctor Horacio Sacbé subía a su auto para meterlo en la cochera, Helena, Leticia y Alejandro, éste tomando del brazo a su madre entraban en la propiedad. Pasaron por un pequeño jardín que lucía el pasto crecido y las flores marchitas, geranios y azucenas, los favoritos de Marisol apuntaban al piso con los pétalos arrugados. Los blancos muebles de la terraza frente a la puerta principal lucían la desgastada herrumbre oxidada. Un foco pelón iluminó el patio justo en el momento en que los tres visitantes habían sido alcanzados por el doctor, el panorama era deprimente, el farol se había caído y los restos de vidrio y metal yacían nada armónicamente en el suelo. Alejandro fue el primero en distinguir detrás del gran ventanal junto a la puerta a una figura pequeña que se alejaba de la entrada después de girar la perilla. Marisol los quería esperar dentro.

Leticia entró delante de sus tres acompañantes y tardó cinco segundos en que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad que se extendía frente a ella. Todo el lugar estaba impregnado del aroma de Pedro, aunque hacía ya casi seis meses de que él no ponía pie en este sitio, la doctora respiró profundamente mientras seguía caminando por un pasillo largo en cuyo fondo, una puerta rodeada por un halo luminoso indicaba que la reunión debía de celebrarse ahí. Helena se había soltado del brazo de su hijo Alejandro y ahora había colocado su mano izquierda sobre el hombro derecho de Leticia y la apretaba cada vez más fuerte a medida que se acercaban al umbral de luz. Mientras Alejandro retrocedía atemorizado, el doctor Horacio Sacbé se les adelantó a las dos mujeres y con un movimiento rápido abrió la puerta, un destello de luz les golpeó de lleno en el rostro, a pesar de que habían entrado al oscuro estudio de Pedro, Marisol estaba sentada en el cómodo sillón de piel negra de su esposo detrás del escritorio, junto a ella, otra mujer y dos hombres se habían puesto de pie al momento en que la puerta se abrió y la flanqueaban con las manos en los bolsillos.

- Lo sé todo Helena, Alejandro. Ellos, los únicos en los que puedo confiar ahora me lo han contado ya. Sé del cáncer y sé que mi esposo abandonó el tratamiento y fue desahuciado. ¡Quiero una explicación! - Marisol había llamado a los amigos más cercanos de Pedro y después de haber soportado fuertes interrogatorios y reproches de su parte, les pidió explicaciones. Se enteró de que su esposo estaba desahuciado desde hacía meses, que había sufrido su abandono y resentido su falta, que su ausencia había sido una de las principales razones por las que dejó el tratamiento y se resignó a su destino mortal. Nunca lo habría imaginado, las mentiras y las presiones de las que había sido objeto por parte de su familia política la habían predispuesto al tono con el que tendría que llevarse esta reunión.

- ¿Salvador? - Exclamó con sorpresa Helena Darmand al reconocer al hombre a la izquierda de Marisol.

- Señora Helena, me da muchísimo gusto verla de nuevo, aunque sea en estas circunstancias. - Salvador se dirigió cortésmente a la madre de su mejor amigo, aun y que tenía presente la humillación sufrida en esa misma casa tres años atrás cuando Helena había hecho mofa de su vegetarianismo enfrente de su entonces prometida en la fiesta del cumpleaños número veintisiete de Pedro. Salvador era un hombre rubio y fornido, sufría de calvicie prematura así que llevaba la cabeza prácticamente a rape, lo cual contrastaba con su cerrada barba de tres días, casi tan alto como Pedro, vestía un traje sport azul marino con camisa clara y corbata rosada, había sido su amigo desde la secundaria, compañeros de fiesta y aventuras. A su lado izquierdo y tomándolo del brazo, una mujer pequeña y delgada pero con algunos kilos de más en la zona abdominal que usaba un conjunto de saco y pantalón color rosa con una blusa vaporosa blanca, tenía la piel apiñonada y el cabello negro opaco amarrado en una cola de caballo, sobre la nariz respingada descansaban unos anteojos de montura de carey, la esposa de Salvador, su nombre era Carina. Al extremo opuesto se había colocado Ezequiel, el otro mejor amigo de Pedro al que conocía desde el segundo año de preparatoria, él era gordo y apenas un poco más alto que Marisol, de piel morena, nariz y ojos pequeños y gruesos y grandes lentes, usaba el cabello largo hasta los hombros y barba rala sin bigote, vestía de mezclilla, camisa a cuadros rojos y chaqueta café con forro de lana.

- ¡Salvador! - Alejandro salió de entre las sombras y dirigiéndose hacia el escritorio gritó autoritariamente. - No tenías ningún derecho a darle a Marisol información alguna. Si te confié los problemas de salud de mi hermano fue en honor a la amistad que los unía, yo ...

- Que nos une, Alejandro, que nos une. Aunque no me lo hubieras dicho lo habría averiguado en poco tiempo. ¿Creías que la vida de Pedro giraba sólo alrededor de ti? No eras el único para el cual trabajaba tu hermano, él colaboró durante todo este tiempo conmigo en diferentes proyectos y con otros despachos y constructoras también. ¿Ahora te preguntas el porqué no te dijo nada de eso? Pedro me pidió que tampoco te comentara nada, él quería que tú sintieras que estaba en deuda contigo. Tu hermano siempre te ha cuidado y de esa manera pensó que podría ayudarte cuando lo necesitaras sin que tu conocido orgullo te lo impidiera. Y así le has pagado Alejandro, ¡qué vergüenza!

- ¡Basta! - Marisol hizo sonar su voz desde su lugar y al mismo tiempo golpeaba la superficie del escritorio con el puño izquierdo, después de un momento en el que todos guardaron silencio, ella continuó. - Doctor, ¿quién es esta mujer? -

- Su nombre es Leticia Garcés, es una colega mía que me apoya en el tratamiento de Pedro y ...

- Se está acostando con él. - Alejandro chilló haciendo un ademán obsceno con las manos y cruzando los brazos inmediatamente después.

- Dime Alejandro, ya me mentiste una vez, ¿por qué asumes que te creeré en esta ocasión? - Marisol levantó la voz.

- Marisol, discúlpame, no nos conocemos y no es una buena manera de comenzar pero quiero decirte que no miente, es decir, técnicamente, tu esposo y yo nunca hemos tenido relaciones sexuales, pero en los últimos días ciertos sentimientos se han involucrado entre nosotros y por eso estoy aquí. Intentando aclararlos. - Leticia estaba completamente sonrojada pero no dejaba de ver a Marisol a los ojos.

- ¿Es esto cierto? ¿Es cierto Horacio? Yo sé que no puedo culpar a Pedro, fueron seis meses y estoy segura que pensó que lo había abandonado y que jamás volvería.

- Es cierto Marisol. - Respondió rápidamente el doctor Sacbé. - Sin embargo lo que haya o no sucedido entre Pedro y Leticia debes considerarlo enteramente mi culpa, yo los presenté y te mentiría si te dijera que no imaginaba que algo así podría pasar, acaso lo deseaba, por el bien de Pedro claro. A pesar de que no sé que fue lo que te dijo Alejandro, si sé que no fue la verdad, como tú lo acabas de confirmar. Me alegro que estemos todos aquí y que aclaremos de una buena vez las cosas.

- Yo estaba en una cafetería italiana cerca de la casa de mi mamá. - Marisol comenzó a hablar mientras caminaba en círculos en el medio del estudio. - Habíamos bebido ya dos botellas de vino tinto, mi mamá, mi hermana y yo, estaba bastante sensible debido a los problemas que habíamos tenido Pedro y yo recientemente, había estado llorando con ellas cuando Alejandro llegó acompañado de una rubia que dijo llamarse Jimena y me aseguró que era la amante de mi marido. Me mostraron fotos de los dos desnudos, en la cama del departamento del centro, lo reconocí enseguida y eso me destrozó. Peor y mucho más bajo fue el haberlo hecho enfrente de mi familia. De inmediato quise huir, sin venir aquí a recoger nada ni mucho menos. Me fui a casa de mi mamá y les pedí que no contestaran el teléfono. Dos días después, sin ropa limpia y sin mis cosas personales ni documentos ni nada me fui a la casa de mi hermana en la misma ciudad donde trabaja Alejandro. Él me siguió frecuentando y dándome detalles de las supuestas infidelidades de Pedro, yo no quería escucharlo más pero estaba verdaderamente muy mal. Y no habría vuelto si no me hubiera topado con Salvador y Carina un día por la calle, él tenía un proyecto en la ciudad y quiso la casualidad que nos encontráramos. Platicaron conmigo no sin antes culparme de la condición de Pedro, yo no sabía nada y me lo contaron todo. Salvador me dijo también que lo de mi esposo con la tal Jimena esa había pasado hacía más de ocho años, que no tenía de qué preocuparme. Y ahora estoy aquí, frente a ustedes Alejandro, Helena esperando su explicación.

- No hay mucho que explicar en realidad Marisol. -
La señora Helena Darmand estaba al borde de las lágrimas. - Tal vez no puedas creerme pero lo que hicimos, lo hicimos por el bien de ambos. Con las mejores intenciones de que Pedro no tuviera distracciones en su tratamiento, yo sé lo sensible que eres y soy madre Marisol, conozco a mi hijo y sabía que algo no andaba bien entre ustedes. El cáncer es terrible y no quise que ustedes pasaran por lo mismo que pasamos mi marido y yo, no te miento si te aseguro que llegué a odiarlo por las noches, cuando él dormía plácidamente a causa de los poderosos sedantes que la administraban, mientras yo me encorvaba cada vez más en la dura silla de plástico que era lo único que tenía en el hospital San Jorge de Atanes para descansar. Día y noche velé por él hasta que no me permitieron quedarme más. De verdad no quise eso para Pedro, no quise que llegara a sentir que tú lo odiabas, no quise que tú te sintieras responsable de lo que le pasaba. Me vi reflejada en ti y pretendí ahorrarte ese sufrimiento. Mi visión más optimista fue el que cuando Pedro se recuperara, yo misma iría a buscarte para decirte toda la verdad y lograr que nos perdonaras, pero cuando abandonó el tratamiento y prácticamente se aisló del mundo, excepto por sus visitas periódicas al consultorio de Horacio, todo el plan se vino abajo. Espero, Marisol, que puedas perdonar a una madre preocupada por sus hijos.

- Esa era una decisión que no le correspondía Helena, ya se lo había dicho. -
Leticia rompió el profundo silencio que se había formado después de unos segundos que parecieron eternos.

- ¡Tiene razón! -
Marisol no pudo evitar que sus ojos se humedecieran y que la voz estuviera a punto de quebrársele. - Pero tal vez ya sea demasiado tarde. ¿Dónde tienen a Pedro? ¡Quiero verlo!

- No sabemos, no sabemos nada de él desde esta mañana cuando Leticia lo vio salir del hospital después de su terapia. -
Helena Darmand se acercó a Marisol y la abrazó cariñosamente, ésta le correspondió con reservas.

Las cuatro mujeres en la habitación derramaban lágrimas en silencio. Solamente sollozos se escuchaban en el oscuro estudio cuyo eco era nulificado por la acción acústica del techo de superficie dispar. La doctora Leticia Garcés Padró sintió que su cintura vibraba y por un segundo no se dio cuenta de que su teléfono celular le avisaba con impaciencia que una llamada estaba entrando.

- Marisol, Helena, tengo una llamada de Pedro.

2 comentarios:

la chida de la historia dijo...

bien!! qué más... qué más????

Aghh!! esta historia me está encantando!... vamos bien, papito... mejor que bien!!!

Sigue, sigue!!!!

XD

Anónimo dijo...

Ha diablote
cada dia ke pasa me deja pensando
en cual sera eld esenlace:O
siguele escribiendoooooooooo
besines