12.11.08

17.

La espera para la doctora Laura Velasco era mortal. Por segundo día consecutivo había madrugado para alisarse el cabello e ir a trabajar al hospital de pelo suelto, pero esta vez había dejado las faldas guardadas en el armario, creyó haber distinguido un dejo de lujuria en la mirada de Horacio Sacbé. Era cierto que su reputación de médico serio y profesional lo precedía, pero ella no estaba loca y mucho menos ciega, y aunque solamente había tenido a dos hombres en su vida, en su ámbito laboral y académico, el género masculino siempre fue mayoría. Creía tenerlos bien analizados, trabajando en oncología podía conocer a la gente en su esencia más vulnerable, ya fuera como enfermos o como familiares. Pero a cambio de un profundo conocimiento sobre la naturaleza humana, ella había perdido un poco de las cualidades que la hacían ser una de ellos. Aprendió a separar sus sentimientos de los de sus pacientes y a ser fría frente a ellos, fría pero confortante.

Desde la tarde del día anterior, el expediente del paciente que vería en pocos minutos estaba en su escritorio, tal y como el doctor Horacio Sacbé lo había prometido. Sin embargo no se había atrevido aún a echarle un vistazo, por supuesto que tuvo antes otros pacientes llamados Pedro, y todos le habían despertado la misma inquietud y los mismos deseos de ver a su mejor amante, de quien no recordaba sus apellidos pero sí su rostro, y sus manos, y su sexo. Pedro era su nombre y Pedro el nombre del paciente que vería a continuación. No sabía porqué había decidido arreglarse el cabello si no lo hizo nunca antes, pero no se sentía mal de haberlo hecho. Tenía tantas razones para querer ver la historia clínica como para no. Decidió mejor no hacerlo y esperar. El doctor y su paciente no debían tardar mucho más, faltaban quince minutos para las nueve de la mañana.

***

Pedro se entretenía mirando a través de la ventanilla del auto a la gente caminar por la calle, algunos rumbo a sus trabajos y otros simplemente paseando, era una mañana fría y el pantalón de mezclilla que había escogido no lograba amainar el viento helado que entraba por las ventilas del aire externo; el trayecto al hospital en compañía del doctor Horacio Sacbé no fue agradable, se había rehusado a encender la calefacción aunque Pedro podía notar como le temblaban las rodillas y la delgada tela del casimir no era suficiente tampoco para abrigarle. No tenía la menor idea del porqué estaba actuando así, parecía frustrado y enojado como nunca antes en su vida lo había visto, el doctor era un gran profesional, casi fue un padre para él cuando el suyo faltó, había sido su héroe desde el día en que lo vio salvar la vida de un comensal de su restaurante favorito que se estaba ahogando con su propia comida, no podía imaginarse, aún ahora, que hubiera algo que Horacio Sacbé no fuera capaz de resolver. Sus propios pensamientos lo abrumaban, había tenido tantas ganas de contarle al doctor lo que había descubierto, la ausencia de las feromonas en el ménage à trois en el que había participado cuando tenía veinte años; y aunque esa situación lo hacía temer por la solidez de sus teorías, por ahora le preocupaba la solidez de su relación con el doctor.

Desde que le ordenó de manera por demás autoritaria que se bañara, Horacio Sacbé no volvió a dirigirle la palabra a Pedro, ni en todo el camino, ni tampoco al llegar al hospital San Jorge de Atanes, sino hasta que alcanzaron el elevador y ahí lo dejó, la única indicación que le dio fue: - La última oficina de la derecha, al fondo del quinto piso, rápido, no debes llegar tarde.

Cinco minutos antes, en ese mismo elevador, la doctora Leticia Garcés Padró subía también al quinto piso. Sabía que decisión debía tomar, pero dado que Pedro no la vería el día de hoy no tenía caso el comunicarle que terminaría con la terapia profesional que llevaban. El doctor Horacio Sacbé le había pedido que estuviera presente durante la entrevista de Pedro con Laura, pero incluso para ella, el propósito de la cita era un misterio, el diagnóstico era preciso y contundente, el tumor estaba creciendo día tras día y el paciente ya había renunciado a cualquier tipo de tratamiento enfocado a mejorar su condición física. Pensaba en él, recordando sus caricias, el único beso de sus labios y su cuerpo desnudo y excitado recostado en la cama cuando el sonido del elevador llegando a su destino la hizo reaccionar. Siguiendo las instrucciones de Horacio se encaminó hacia el final del pasillo, a pesar de poseer cierta experiencia clínica, jamás había estado en un piso de oncología; era deprimente ver el estado en que se encontraban los pacientes, los amplios ventanales le mostraban el grado de decadencia que una enfermedad podía alcanzar en el hombre, personas sedadas y casi en los huesos, muchas veces con familiares dolientes que mantenían la cabeza mirando al piso mientras velaban la agonía de su ser querido. Leticia se había vestido casual, pantalones de mezclilla ajustados que se pegaban a sus torneadas piernas, negras botas altas de tacón grueso que le cubrían hasta las rodillas, blusa blanca cuyo botón superior mantenía ocultos sus senos pero que los mostraba en forma y sobre ella un chaleco negro ajustado que daba la impresión de ser un corsé; parecía una valquiria moderna, en su camino al hospital muchos hombres habían detenido su paso o cambiado su rumbo para mirarla, a ella no podía importarle menos. Llegó a la última oficina de la derecha y tocó a la puerta.

- Adelante.

- ¿Doctora Laura Velasco?

- Para servirle, y usted es ...

- Leticia Garcés Padró, vengo a la cita de Pedro Ortiz Darmand. Yo soy su eh, yo soy psiquiatra, lo estoy tratando en terapia a pedido del doctor Horacio Sacbé.

- Claro, por supuesto. Sin embargo yo tenía entendido que la cita iba a ser a solas, no es ninguna molestia con usted ni mucho menos, pero me sorprende.

- Laura, puedes hablarme de tú, somos prácticamente de la misma edad ¿o no?

- Tienes razón doctora, Leticia, por mí no hay ningún problema, puedes permanecer dentro del consultorio. - Le dijo Laura levantándose y abriendo la puerta interior y encendiendo la luz.

- Ni siquiera notarán que estoy aquí. Sólo una última cosa, ¿podría hablar contigo al terminar la cita con Pedro?

- Absolutamente.

- Nos vemos en un momento entonces. ¡Suerte!

Al momento en que la doctora Leticia Garcés cerró la puerta del consultorio y Laura puso el seguro desde el lado de la oficina, se volvieron a oír pequeños golpes a la puerta que daba al pasillo.

- Adelante.

- Buen día, tengo una cita aquí, me envía el doctor Horacio Sacbé. - Pedro había contestado al tiempo que abría la puerta pero todavía no se asomaba al interior. El olor de las feromonas lo golpeó de lleno en el rostro y lo hizo levantar la mirada, entonces la vio, la reconoció en seguida y se quedó sin palabras. La doctora Laura Velasco se había levantado de su sillón tras el escritorio en cuanto miró que por fin, un hombre llamado Pedro que tocaba a su puerta era él, su Pedro. Él fue el primero en romper el silencio.

- ¿Laura? Nunca me imaginé que fueras tú, ¿es sólo una gran coincidencia o eres tú con quien supuestamente debo de entrevistarme?

Laura se volvió y tomó por primera vez el expediente cerrado y lo leyó, miró la fotografía y después al hombre y luego una vez más.

- ¿Tú eres Pedro Ortiz Darmand? Lo siento, supongo que jamás te pregunté tus apellidos.

- Sí, yo soy, y no, nunca nos dijimos nuestros apellidos, pero te reconocería así hubieran pasado diez, quince o veinte años. No has cambiado nada.

- ¿En qué puedo ayudarte? El doctor Horacio no quiso decirme nada de lo que él pretendía con esta reunión. No me malinterpretes, me ha dado muchísimo gusto verte de nuevo después de ¿cuánto? ¿ocho años?

- Sí, ocho años desde la última vez que nos vimos, once desde nuestro primer beso y doce años desde que nos conocimos.

- Vaya que tienes buena memoria. No me sorprende, siempre fuiste genial.

- Y ahora mírame, ¡y mírate a ti!

- No digas eso.

- Pero es la verdad, mira hasta dónde has llegado, no cualquiera logra tener un consultorio personal en este hospital que es el más grande e importante de la ciudad. ¿Y yo? No tengo nada, lo único que me quedaba se me escapará al final de este mes y nada hay ya por hacer.

- ¿Es un hecho entonces?

- Me gustaría decir que lamento que sí, pero la verdad es que no lo siento, no me duele ni me pesa. Tampoco voy a mentirte, tengo miedo pero por eso procuro no pensar en eso.

- Me habría partido el corazón ser yo quien te diagnosticara.

- Lo imagino, aún recuerdo ese día en que me prometiste ser mi doctora de cabecera.

- No pretenderás culparme de tu condición, ¿o sí?

- Ja, no para nada, era una broma. Dime algo, ¿revisaste mi historia clínica?

- No quise hacerlo. Pedro, ya que probablemente sea la última vez que te veo y que hablo contigo, sólo quiero decirte que jamás te olvidé. No te preocupes, no estoy obsesionada ni nada parecido. Simplemente es eso, me marcaste y si he de confesarte algo, no ha habido en mi vida más hombres desde ti.

- Laura, eh, no se qué decirte.

- No digas nada.

La doctora Laura Velasco Del Río se acercó a él y lo abrazó cariñosamente. Entre los dos había existido desde siempre una complicidad. Se habían conocido en una fiesta que ofreció la señora Helena Darmand en su casa, los tíos de Laura eran amigos de ‘el Toro’ desde la escuela y a su muerte la relación con la familia permaneció. Ese fin de semana Laura visitaba a sus primos y los acompañó a casa de los Ortiz Darmand. Como de costumbre, Pedro e Isabel, su novia de entonces, no habían logrado compaginar sus horarios y él se la pasó solo y aburrido en la fiesta, cuando llegaron los Del Río de inmediato la notó, también parecía estar incómoda, y no era para menos, había pensado estar en casa de sus familiares y era arrastrada a una casa desconocida con gente que no tenía la menor idea de quienes eran. Pedro decidió aprovechar eso, tomó las llaves del auto de su madre y la abordó, la invitó a ir al cine para escapar de la horrible fiesta. Fue tan encantador y le inspiró tanta confianza que a ella le fue imposible negarse. Pasaron toda la tarde juntos, la química que se había dado entre ellos era fantástica, después de ver la película caminaron por las calles de la ciudad comiendo helado y terminaron la jornada tumbados en el jardín de la casa de Pedro viendo las estrellas. Él le dijo que era su oportunidad para pedir un deseo, pero ella contestó que no lo necesitaba, que ya lo estaba viviendo en ese momento. Despacio rodó por el pasto hacia su izquierda y se encontró con el brazo derecho de Pedro que la rodeó por la espalda, sus bocas se buscaron y se fundieron en un beso tierno, como hacía años que él no sentía. Después de unos minutos se separaron, hablaron de que había sido muy pronto y que tendrían que recordarlo simplemente como eso, como un buen recuerdo. Ambos tenían una relación de noviazgo estable, él con Isabel y ella con un compañero de la Facultad de Medicina. Por segunda vez, Pedro le era infiel a su novia.

- No voy a olvidarte. - Dijo la doctora Laura Velasco soltando lentamente el abrazo.

- Si vale de algo la palabra de un moribundo, yo tampoco olvido ese beso bajo las estrellas, mucho menos esa noche en ...

- Sh, no hablemos de eso. Fue maravilloso y así se tiene que quedar. ¿Recuerdas que lo prometimos? Sólo seremos un recuerdo en los labios del otro. Lo que pasó en ese viaje también será un recuerdo en nuestros cuerpos, para siempre. Fuiste parte de mí, y de qué manera. Fuimos por momentos la misma carne, logramos volar y volver y estar separados a kilómetros de distancia pero siempre juntos aquí, dentro del pecho, sin mayor compromiso que el que nos marcara el destino.

- Suena tan bien todo eso Laura. No puedo dejar de pensar en todo el tiempo que hemos perdido, y ahora ya es tarde.

- Pedro, para los dos, muy pronto fue demasiado tarde.

- Es cierto, tengo que irme, Laura, gracias, por todo y por tanto.

Se despidieron con un beso suave en los labios que les supo salado por las lágrimas que en silencio les escurrían a ambos por las mejillas. Pedro se dio media vuelta y salió sin volver la mirada. Pensó en cuánto extrañaba los besos y volvió a aparecer Marisol en su cabeza. No extrañaba los besos, no extrañaba la compañía de una mujer, la extrañaba a ella, a la mujer de su vida.

Dentro del consultorio, la doctora Leticia Garcés con lágrimas de coraje inundándole el rostro marcó un número en su teléfono celular.

- ¿Por qué me estás haciendo esto a mí?

1 comentario:

Anónimo dijo...

ha diablote cada dia me kedo ams pikada con tu historiaaaaa
jaaj sigue escribiendo heeee