13.11.08

16.

Pedro Ortiz Darmand despertó con un dolor intenso en el pene y una sensación de humedad en la zona de la entrepierna. Era la primera vez que lo experimentaba, una especie de mezcla entre adormecimiento y calambre y que extrañamente le causaba placer al rozar el glande con los calzoncillos. Por instinto desabrochó el pantalón y se lo quitó, dentro del bóxer negro su miembro doblado de forma innatural era el causante del efecto peculiar que lo había hecho despertar. Estaba solo, acostado en su cama y después de la impresión comenzaba a recordar los sucesos del día anterior. El reloj despertador marcaba las tres horas de la mañana. Así, con el cuerpo desnudo, se levantó de la cama, caminó hacia el baño y orinó, lavó su pene a consciencia y de nuevo en el cuarto buscó un bóxer limpio y suelto, se lo puso y se volvió a recostar pensando en Leticia, en su cuerpo dispuesto y no se preguntó dónde estaba. Sabía que no era muy probable que se quedara después de que seguramente él se habría desmayado; sólo recordaba que le había hablado de su padre revelándole una verdad que no quería creer, no ahora. Ya habría tiempo de pensar en ello. Tomó el pantalón del traje negro para quitarlo de la cama y vio que dentro seguían las bragas que había guardado mientras aún estaban en la sala. Instintivamente se los llevó al rostro, sintió vergüenza pero al momento la desechó, nadie lo veía y tampoco era el primer hombre que lo hacía; cerró los párpados, aspiró fuerte y profundo y en un instante el penetrante olor del sexo de Leticia lo había inundado por completo, se perdió entre pensamientos del pasado y de nuevo la imagen de Marisol le cruzó por la mente. La fiesta mexicana en la obra de Alejandro había resultado excelente, Pedro no se había despegado del lado de Marisol desde el momento en que se encontraron en la pista de baile, a las cinco de la mañana, Sofía, la hermana de Marisol interrumpió su charla para decirle a ésta que era hora de volver a su casa. Pedro únicamente la dejó ir con la promesa de volver a encontrarse al mediodía siguiente en el centro de la ciudad. Cuando Marisol llegó, él ya la estaba esperando, sentado en una banca y leyendo el periódico. Ella estaba agitada, se había retrasado algunos minutos deliberadamente, no quería quedarse sola esperándolo, su rostro mostraba una sonrisa que no desapareció en toda la tarde que pasaron juntos. Caminaron codo a codo hasta que se cansaron, habían vuelto al mismo lugar en donde se encontraron y no podían dejar de mirarse, sin decir palabra Pedro la tomó de la mano y la sensación más tranquilizante, de tanta paz que había experimentado jamás lo llenó, y estaba seguro de que ella lo había notado pues un discreto rubor roseó sus mejillas y bajó la mirada, pero le apretaba la mano y entonces, él supo que más simbólico era este hecho que la cercanía de la noche anterior, donde la música, el alcohol y el ambiente pudieran haber nublado sus juicios. Esto era real, podía palparlo, caminaban entre una vereda con altos árboles a las orillas que ensombrecían el adoquín del suelo, al llegar a una especie de claro en donde la luz se filtraba a través del follaje de las copas movido por el viento se detuvieron, Pedro le tomó ambas manos y ella lo miró a los ojos, acercándola, él hizo con un movimiento que las manos de Marisol se entrelazaran entre sí en su espalda, con la mano izquierda le tomó la cintura para pegar su cuerpo al suyo, y con la derecha la tomó por la mejilla y lentamente sus labios se acercaron. El olor característico del cloro se apoderó de los sentidos de Pedro y supo que quería que esa mujer fuera su vida.

Abrió los ojos, el olor no pertenecía al recuerdo, podía sentirlo en ese momento y se alarmó, por primera vez lo percibía en soledad, siempre lo había atribuido a las mujeres y ahora prácticamente podía ver como todas sus teorías se caían a pedazos. Su primer pensamiento desesperado fue el llamar al doctor Horacio Sacbé pero cobró consciencia de la hora y desistió de la idea. Aún tenía las bragas de Leticia en la mano y las olió de nuevo, nada, únicamente el olor ácido del sexo femenino en estado de excitación. Prefirió no pensar mucho y tratar de dormir, tal vez mañana encontrara respuestas en el hospital, recordó que esa mañana debería haber acudido a una cita médica con otra mujer. - ¿Sería otra psiquiatra? - Pensó. - ¿ Habría podido el doctor prevenir que Leticia vendría y entonces tendría la necesidad de cambiar de terapeuta? - La duda lo incomodaba, no estaba acostumbrado a depender de la información que solamente poseían otros. Con eso en mente se forzó a cerrar los ojos, mantenía en un puño las bragas robadas cerca de su propio rostro, el olor lo ayudaba a relajarse y a olvidar el del cloro que seguía sin dispersarse. Las palabras ‘otra mujer’ no dejaban de sonar dentro de su cabeza hasta que cerca de las cuatro de la mañana pudo dormir.

Se percibía a sí mismo como omnipresente, veía la escena desde un plano alto, como si estuviera sobre una tramoya en un foro de televisión que representaba un hotel que había conocido hacía un poco más de diez años. Era una ciudad en el sureste del país al que habían llegado en un autobús de la universidad, en todo el costado de la pesada unidad podía leerse ‘Facultad de Arquitectura’. Pedro, su mejor amigo Salvador y dos compañeros más de clase, Hugo y Raúl, habían obtenido mediante un golpe de suerte, la villa más grande del hotel y la única que tenía dos habitaciones independientes, una con dos camas individuales y la otra con una tamaño king size, Pedro, que había sido el primero en entrar pues el profesor responsable del grupo le entregó a él las llaves, corrió de inmediato y colocó su maleta sobre una de las camas sencillas, Salvador lo siguió y los demás no les quedó más remedio que compartir la cama mayor ante las burlas de sus amigos. Todas las demás villas que habían ocupado los viajeros tenían una sola habitación en la que había una cama doble y una sencilla, otra cama individual se hallaba extrañamente cerca de la barra de la cocina. Tal hecho provocó que esa misma noche, treinta y dos personas se congregaran en la villa de Pedro y sus amigos, era obviamente la más grande, estaba en la planta baja, tenía la estancia más espaciosa y era la única que podía presumir de una terraza. Pedro tenía casi veinte años y una novia, Isabel, que no estudiaba en la misma escuela y que por lo tanto no lo acompañó en el viaje. Su mejor amiga sí había asistido, Gabriela era su nombre y fue su consciencia y su mejor compañía durante los años universitarios, su gurú, y entre ellos, aunque ciertamente existía cierta atracción jamás se había dado nada; a pesar de todo lo que Pedro pudiera haber sido o hecho en el pasado, llevaba un año siéndole completa y convenidamente fiel a su novia, y lo había sido desde el principio. Pedro solía no tomar ni una gota de alcohol en reuniones multitudinarias, y con el tiempo sus amigos y conocidos aprendieron a respetarle eso. La fiesta no tardó mucho tiempo en salirse de control y tanto hombres como mujeres comenzaron a caer bajo el influjo del exceso de bebida, la terraza se llenó de cuerpos inertes en el piso, las parejas pretendieron buscar los rincones y las camas pero Pedro no le permitió a ninguna entrar a su cuarto. Una chica bailaba sobre una mesa con un equilibrio bastante pobre, como no podía ser de otra manera, cayó y golpeó a Gabriela en la espalda, Pedro la levantó y tras consolarla le ofreció su cama para descansar. Entraron al cuarto y cerraron la puerta, los gritos y chiflidos no se hicieron esperar en el exterior cuando los pocos que quedaban en pie los miraron, Pedro quiso salir para dejarla descansar, pero al levantarse ella lo tomó del brazo, le pidió que le diera un masaje pues aseguró que le dolían mucho los omóplatos y él no se negó. El ruido afuera era ya insoportable, Pedro se acercó a la puerta que ahora golpeaban tratando de llamar su atención, él cerró con llave y calculó las posibilidades. Preguntó a Gabriela si tenía consigo la llave de su propia villa y al recibir una respuesta afirmativa, abrió la ventana que carecía de barrotes y salieron. Desde el pasillo aún se escuchaban los gritos y los golpes en la madera, él pensó que seguramente se cansarían pronto y se irían a entretener en otras actividades, además, Salvador aún estaba en la fiesta y tampoco se caracterizaba por perder la compostura, podía confiar en él. Gabriela abrió despacio la puerta de una villa pequeña en el primer piso, las luces permanecían apagadas y así las dejaron, ella tomó a Pedro de la mano y lo encaminó hacia la habitación, la puerta estaba entreabierta y al entrar y encender el interruptor se dieron cuenta que no estaban solos, Karelia, una de las compañeras de habitación de Gabriela estaba ahí, había estado dormida y el destello del candelabro del techo la despertó. Por instinto, con la vista aún borrosa y sin saber a ciencia cierta de quienes se trataba les preguntó qué hacían. Gabriela respondió que se sentía mal y que Pedro la iba a ayudar dándole un masaje, él habría esperado que Karelia se enojara o que lo entendiera y se marchara a la fiesta o al menos a la cama junto a la barra de la cocina. No lo hizo así, por el contrario, preguntó con un tono de voz que intentó ser sensual si podía quedarse a mirar. Pedro no sabía que responder, pero para su fortuna, Gabriela no lo dejó y de inmediato le contestó que sí. Karelia se acomodó recargándose en la pared sentada en la cama individual, Gabriela les dio la espalda y lentamente se quitó la blusa de tirantes dejando al descubierto un pequeño sostén rosa, el cual desabrochó con un movimiento y cubriéndose los senos con un brazo se volvió hacia ellos, sólo le dijo a Pedro que ya estaba lista y se acostó boca abajo en la orilla de la cama doble. Él tardó un instante que se le antojó eterno en reaccionar, no pensó en Isabel ni un momento, lo único que tenía en mente era que estaba a punto de cumplir una fantasía por la que muchos hombres matarían. Se acomodó a horcajadas sobre ella y sintió la dureza de su pene luchando por ser liberada del pantalón chocar contra las nalgas de Gabriela, ella dio un respingo, después se estremeció cuando las frías manos de Pedro se posaron sobre los adoloridos omóplatos. El golpe que había recibido había sido considerable, lentamente la blanca piel de Gabriela se iba tiñendo de un color más oscuro, él retiró sus cabellos castaños de la nuca apartándolos hacia la derecha y comenzó a frotar, amasó con los dedos la piel y con la palma sobre los músculos dorsales. Pasó los dedos moviéndose sin coordinación por ambos costados del cuerpo mientras con los pulgares seguía haciendo presión sobre las lumbares, llegó a tocar la parte lateral de sus senos que se aplastaban contra la superficie de la cama bajo el peso de ambos mientras su erección crecía considerablemente. Pedro volteó la vista hacia Karelia y la sorprendió con una mano dentro de su pantaloncillo corto, se acariciaba casi frenética la entrepierna debajo de la ropa, él, con un movimiento de cabeza la invitó a unirse y ella no lo pensó ni un segundo. Se acomodó detrás de él y abrazándolo por la cintura desabrochó su pantalón, su propia excitación lo agradeció pero ella ya le había alcanzado la playera y se la deslizaba hacia arriba, cuando lo miró libre de prendas superiores le pasó las manos por el frente y acarició con la derecha su pecho al tiempo que la izquierda bajaba lento hasta meterse debajo de su ropa interior liberando el pene erecto. Gabriela hizo un movimiento para intentar levantarse y provocó que ambos cayeran hacia la izquierda sobre la cama; Pedro quedó acostado boca arriba y de inmediato Karelia terminó de quitarle los pantalones para dejarlo por completo desnudo, él con el brazo izquierdo atrajo a Gabriela hacia sí, ella obedeció y tomó su miembro con ambas manos comenzando a masturbarlo mientras le miraba con deseo los ojos verdes. Frente a él, Karelia se desnudaba y al terminar se deslizó por sobre sus muslos hasta alcanzar su entrepierna, con una expresión de lujuria en el rostro sacó la lengua y con la punta le tocó el glande, Gabriela retiró las manos y haciéndose hacia atrás se quitó el pantalón pescador y las bragas, volvió a la cama y se hincó sobre el rostro de Pedro ofreciéndole su sexo cual si fuera un manjar. Él no se hizo del rogar y con su propia lengua recorría su entrepierna, ella se movía hacia arriba y hacia abajo haciendo que la boca y los dientes rozaran con su clítoris, a tientas buscó el cajón del buró, de ahí sacó una tira de condones y los lanzó sobre la cama. Los gruesos labios rojos de Karelia hacían desaparecer y reaparecer el pene de Pedro, él sentía que su orgasmo estaba cerca y con ambas manos le detuvo la cabeza, ella entendió perfectamente y con maestría le puso uno de los condones a su disposición, montó en él y colocándose en cuclillas se hacía penetrar primero lento pero una vez que todo el miembro estuvo dentro de ella empezó a moverse de atrás para adelante; las manos de Gabriela encontraron los pechos pequeños que tenía enfrente, en ese momento nada importaba más que el placer y ambas lo entendieron, se acariciaban los senos mutuamente y poco a poco se fueron acercando hasta que sus bocas quedaron unidas en un beso de lengua que les produjo un orgasmo primero a Gabriela, que se derramó sobre el rostro de Pedro y luego a Karelia, que arqueó la espalda y soltó un fuerte gemido. Ahora llegaba su turno, Pedro quitó a Gabriela de sobre él, y sin sacar su pene del interior de Karelia cambió de posición; ahora ella estaba boca arriba con las piernas levantadas recibiendo las fuertes embestidas de Pedro, él llamó a Gabriela con la mano y la colocó sobre sus rodillas de espaldas frente a él, con un ligero empujón la hizo quedar en cuatro puntos, los rostros de las chicas se volvieron a encontrar y de nuevo sus bocas y sus lenguas se tocaron, ese beso era cortado de pronto por los gemidos de Karelia, cuando éstos se hicieron más fuertes indicando que había alcanzado un nuevo orgasmo, Pedro se retiró de ella, se quitó el condón para ponerse uno nuevo y penetró desde atrás a Gabriela, ella suspiró fuertemente y subió la cabeza, él la tomó del cabello y jalándola fuertemente acompañaba el vaivén del coito, debajo, Karelia le apretaba, le chupaba y le mordía con desesperación los pezones. Casi al mismo tiempo los dos terminaron, Gabriela acariciaba su clítoris y gritaba y gemía, sus brazos cedieron y cayó sobre el pecho de su compañera, Pedro aún la embistió tres veces más y se vino como en pocas ocasiones.

- ¡Pedro! - Oyó que gritaban su nombre.

Despertó. El doctor Horacio Sacbé estaba frente a él golpeando suavemente sus mejillas.

- ¡Pedro! Es hora de irnos, tienes diez minutos para bañarte, estás empapado de sudor, tenemos una cita hoy en el hospital.

Tomándolo de los brazos lo hizo levantarse. Pedro se frotaba la cara y como si fuera un autómata se dirigió al cuarto de baño, se miró al espejo, rascó sus testículos e instintivamente olió sus propios dedos, eso terminó por despertarlo del todo y de pronto tomó consciencia de algo importante. - ¡Ese sueño! Fue real, en verdad pasó así. - Desde que formuló las teorías sobre las feromonas, había sido capaz de identificar el recuerdo olfativo en todas y cada una de las ocasiones en que había percibido el olor parecido al del cloro, el olor de las feromonas femeninas, pero ahora estaba dudando seriamente si esa noche en que estuvo con Gabriela y Karelia lo había experimentado. No podía recordarlo y hasta entonces su memoria no lo había defraudado. Abriendo la llave de la regadera y mientras esperaba que el agua se calentara un poco le gritó al doctor Horacio.

- ¡Doc! Acabo de descubrir algo, una falla importante en ... - No pudo terminar su enunciado, el doctor lo interrumpió con un grito que no parecía tener empatía alguna, por el contrario, se notaba enojado. Pedro decidió no discutir.

- ¡Báñate ya! Hablaremos de camino al hospital, ya fallamos a la cita el día de ayer, no podemos llegar tarde, tiene que ser ahora, ahora o nunca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ha diablote ha me encanta tu historia:P