El doctor Horacio Sacbé Laarv encontró a Pedro donde lo había dejado, en la sala de espera de la recepción del hospital San Jorge de Atanes. Eran casi las diez de la noche. Ambos se miraron y al instante supieron que había algo que ocultar, pero habían sido suficientes diligencias por este día, mañana habría tiempo suficiente para hablar y entonces decidieron seguir con el juego de los secretos.
- Pedro, ¿nos vamos?
- Sí, sí doctor, estoy cansado.
Se encaminaron juntos a la salida. En silencio subieron al auto del doctor Sacbé, de marca inglesa y de importación, lleno de lujos en los interiores pero sin ser ostentoso, negro y siempre brillante e impecable. El tipo de auto que tendría un hombre exitoso de sesenta y seis años. Mientras conducía, Pedro lo observaba. Le parecía mucho más viejo de lo que recordaba, pero tal vez era él mismo el que había decrecido mucho en poco tiempo. El cabello del doctor Horacio había encanecido tan gradualmente que Pedro difícilmente podía recordarlo de cabello oscuro, pero aún podía, si se concentraba, ver la pared de la casa de sus padres en donde estaba el retrato del día de su casamiento. Su padre, tal y como lo recordaba, alto y fornido haciéndole honor a su apodo ‘el Toro’ Ortiz, el bigote perfectamente recortado y el cabello engominado; su madre se veía hermosa, pequeña y de cara redonda con un peinado encrespado como era la moda en esos días. A sus costados, los padrinos de bodas. El doctor Horacio Sacbé y su esposa, doña Verónica del Merín Castañeda. A Pedro siempre le había fascinado esa fotografía. La época antigua y la juventud que no regresaría tenían su símil perfecto en ese cuadro de dos metros por uno y medio. Que diferente se miraba el doctor, manejaba con suavidad y destreza, pero entrecerraba los ojos para enfocar entre las luces de la calle, sus manos firmes en el volante mas se notaba ligeramente encorvado hacia adelante. Ahora se sentía un tanto intranquilo y por primera vez en el día, pensó en su madre. La profunda voz del doctor lo sacó de sus pensamientos.
- ¿Qué habías estado haciendo? En el hospital, me refiero.
- Esperándolo doctor, sólo esperando y pensando. ¿Sabe que ha pasado con Nadia? Me parece que ha tardado bastante.
- Nadia está inconsciente Pedro, no recomendaría que la vieras, has hecho suficiente por ella, me da gusto que la hayas visto, aunque haya sido en estas condiciones tan trágicas. ¿Este tiempo que estuviste solo, te ha ayudado a recordar? ¿Lo has hecho?
- He pensado bastante doctor, ¿sabe si lograron contactar a los familiares de Nadia? ¿Qué ha pasado con su hijo?
- Eso no lo sé, prácticamente todo este tiempo estuve en su cuarto, revisándola, y como bien lo dijiste desde el principio, entre sus cosas no pudieron encontrar ninguna información para contactar a algún familiar. Pero no te preocupes, estoy seguro que máximo en un par de horas lograrán encontrar a alguien, en el hospital o en la policía, una vez que hayan terminado con la investigación del accidente.
- Eso espero, no tuve la oportunidad de despedirme de ella.
- Y mucho me temo que ya no la tendrás, soy pesimista en cuanto a la posibilidad de que ella despierte antes de treinta días.
- Está bien, quedamos en buenos términos. Desde entonces. Y creo, solamente creo, que pudo verme por un segundo antes de quedar inconsciente, cuando llegué hasta ella para intentar su rescate, el ver sus ojos y el saber que ella vio los míos me reconforta.
- Por su bien, y principalmente por el tuyo deseo que haya sido así. Pedro, tengo algo más que decirte.
- Dígame doc.
- Mañana habremos de volver al hospital San Jorge de Atanes.
- ¿Veré a la doctora Leticia allá?
- Sí, pero antes, hay alguien más a quien me interesa que veas.
Habían llegado al departamento de Pedro, el doctor Horacio guardó silencio y él en verdad se sentía cansado como para exigirle información, le dijo afectuosamente adiós y entró. Se despojó de la camisa, se miró al espejo y el mismo rostro de la mañana le devolvió la mueca de hartazgo. Se lavó la cara y los dientes y se fue a la cama. Apenas puso la cabeza en la almohada y se durmió.
En un tiempo que le pareció muy corto abrió los ojos, estaba solo en su cuarto y acostado sobre su costado izquierdo, lo primero que percibió su mirada fue la televisión de pantalla plana de cuarenta y dos pulgadas que le había regalado su madre cuando le fue diagnosticado el tumor. Volvió a pensar en doña Helena, pero ya no se preguntaba el porqué lo había abandonado en los momentos más álgidos de su convalecencia, cuando a un mes de estar en tratamiento, la radioterapia había fracasado y los químicos lo debilitaban, no le costó mucho trabajo el tomar él mismo la decisión de abandonar cualquier intento por curarse, eso su madre no pudo perdonárselo, sentía que se estaba arrancando él solo de la vida cuando aún tenía esperanzas, al menos ella las tenía. Por costumbre o por instinto tomó el control que yacía inerte sobre el buró y oprimió el botón de encendido. El resumen deportivo del día se paseaba frenético ante sus ojos que no soportaron mucho tiempo más la luminiscencia y se cerraron. La débil luz que traspasaba sus párpados lo incomodaba y no sentía que se fuera a quedar dormido pronto, pero el cuerpo le pesaba sobremanera y no tenía ganas de voltearse.
Se vio a sí mismo tomando a Cristina de la mano por primera vez, de inmediato se dio cuenta que estaba dentro de un sueño, aquello simplemente no podía ser real. Ella había llegado a su vida para salvarlo de una relación totalmente destructiva. Pedro se enredó con una mujer que no le gustaba, ni siquiera lo excitaba en demasía, su nombre era Karla, pero era muy difícil el terminar con ella, siempre que lo intentaba, irremediablemente terminaban teniendo sexo, y una clase de sexo que no era fenomenal, difícilmente se podría calificar como bueno, pero a Pedro le satisfacía de momento, además no eran novios ni nada parecido así que él podía sin ningún problema salir con otras mujeres. Había pasado casi un año desde la fiesta de Jahayra y aunque no había vuelto a saber nada de ella, no estaba arrepentido, si acaso su único remordimiento era el haber involucrado a Nadia, la que en otra circunstancia podría haber sido su mujer ideal, pero ahora solamente tenía diecisiete años y toda la vida por delante, si Nadia era la mujer para él, eventualmente se encontrarían. Pero eso jamás sucedió. La noche en el motel había sido mágica y perfecta para ella también, pero en cuanto lo vio abrazando y besando a Karla, todo lo que sentía por él se rompió, se juró a sí misma que no volvería a estar con él, ni siquiera a verlo, y mucho tiempo lo hizo.
El sueño se movió de lugar, ahora, Pedro se veía sentado al lado de la cancha de básquetbol de la escuela preparatoria esperando a que terminara el partido entre un equipo de segundo año contra uno de primero, para que pudiera comenzar el duelo de su equipo, el del tercer grado grupo uno contra el grupo dos, también de tercero. El encuentro marcaría su debut en el básquetbol escolar y estaba nervioso. En un momento, vio que Karla venía caminando hacía donde él estaba agitando los brazos y con un oso de peluche en las manos vestido como basquetbolista. Una de las porristas de segundo grado lo notó desde que llegó a sentarse a ese lugar, pero al verlo preocupado se sentó a su lado y Pedro se sorprendió un poco, pero de inmediato clavó su verde mirada en los ojos de la chica y recuperó el temple.
- ¡Hola! ¿Vas a jugar?
- Así es, va a ser mi primer juego. ¿Eres de segundo verdad?
- Sí, sí, me llamo Cristina, ¿y tú?
- Pedro.
- Ya te había visto, con tu mujer esa del oso de peluche.
- Argh, no es mi mujer. Sólo es encimosa y me abraza y me regala cosas.
- Ay, y me vas a decir que eso no te gusta ¿no?
- Me gusta que me regale cosas, pero me da pena, por ejemplo, que alguien como tú, hermosa y divertida me vea con ella. Se oye feo, pero no me gusta.
- Ja, sí, lo sé, ella es fea, no sé cómo es que anda, o bueno, no me podía imaginar cómo es que alguien como tú andaba con semejante adefesio.
- Bueno, ahora ya sabes que no ando con ella.
- Sí, pero a lo mejor ella no lo sabe, mira, aquí viene.
- ¿Confiarías en mí?
- Sí pero, ¿por qué la pregunta?
Pedro interrumpió a Cristina con un beso pequeño en la boca, habían quedado en una posición ideal para besarse y él, sin separar sus labios de los de ella le tomó las manos. Un toque eléctrico le recorrió todo el cuerpo, desde el punto en que su piel tocaba la de ella hasta la punta de sus pies. De pronto el mundo perdía por completo el sentido. Toda la magia que hasta ese entonces solamente había sentido con Nadia, a ratos, le parecía juego de niños comparado con lo que los besos de esta chica que no conocía más que por unas cuantas palabras que habían cruzado le estaban provocando. Era sólo un ligero roce de labios y manos, pero lo llenaba de tal manera que nada más importaba. Abrió los ojos lentamente y vio frente a sí la delgada nariz de Cristina, los grandes ojos cerrados y las pocas pecas que le recorrían espaciadamente las mejillas y el tabique nasal. Detrás de su magnifico cabello negro azabache, Karla lanzaba al piso el oso de peluche y se alejaba con la cabeza mirando al suelo. Pedro no volvería a verla ni a saber de ella jamás.
- ¡Me besaste!
- Discúlpame, ¿te molestó?
- No, no, no, no, al contrario.
- ¿De verdad? ¿No estás enojada?
- Me gustas desde hace mucho y este beso fue, fue mágico, ¿lo sentiste?
- Lo sentí.
Volvieron a acercarse y un segundo toque eléctrico los recorrió a ambos. Pedro creyó percibir un olor penetrante, que lejos de disgustarle, lo hacía sentir más ganas de seguir besando a Cristina. Olía a cloro, pero pensó que había alguien cerca que recién salía de la alberca.
Pedro abrió los ojos y sonrió. Había sido un buen sueño y había sido real, así era tal y como lo recordaba; ya eran las siete de la mañana, tenía que alistarse pues dentro de una hora el doctor Horacio pasaría por él para llegar a su nueva cita, ahora en el hospital San Jorge de Atanes. Siempre que pensaba en Cristina sonreía, pero al salir de bañarse, las sienes le punzaron levemente, la imagen de Marisol apareció en su cabeza y ya no se fue en todo el día.
El timbre del departamento sonó a las ocho en punto de la mañana y Pedro, por un instante, tuvo la esperanza de que Marisol lo esperara en la puerta.
3 comentarios:
Ha muy interesante
diablote
espero el capitulo 12:D
jaja me encanta tu historia
Vientos!!
Valió la pena la espera... hoy te felicito más que otras veces... me atrapaste, neta!
Besotes, papito!!!
quiero un beso electrico...
tuyo.
quiza un dia, quiza en sueños, quiza nunca.
va esta el 12?
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