17.11.08

12.

Pedro se había vestido con su mejor traje, al menos el mejor de los que pudo rescatar de la casa que hasta hacía seis meses compartía con Marisol. Una única vez volvió después de haber salido apresuradamente esa mañana y sólo fue para recoger algo de ropa en compañía de su madre. Se había dado cuenta de que Marisol no había puesto pie ahí tampoco, las cosas estaban tal y como las había dejado excepto por la delgada capa de polvo que lo cubría todo, y aun con la seguridad relativa de que Marisol no llegaría mientras estuvieran ahí, no quiso tardarse demasiado, toda la casa le traía recuerdos de ella y no quería hacerse a la idea todavía de que lo más probable era que no la viera nunca jamás.

Se miró al espejo por última vez antes de salir. El traje completamente negro escondía a simple vista la camisa del mismo color, la corbata con vivos y texturas doradas le daba el contraste necesario al combinarse con la palidez de su rostro sombreado por la barba a medio crecer que no se había afeitado mas sí recortado muy bien. El cabello lo había peinado hacia atrás, y parecía que estaba listo. Salió del departamento cuidando de no ensuciar los limpios y lustrados zapatos con la alfombra desgastada que no había sido cambiada desde que Pedro lo recordaba. Una profunda conmoción lo invadió de repente y comenzó a hiperventilar, se detuvo en el descanso de la escalera y la imagen de Marisol se le aparecía una y otra vez entre sus pensamientos, las sienes le pulsaban y las fosas nasales se le dilataban con la sensación del olor intenso y penetrante a cloro. No lo entendía, era cierto que en el hospital lo había percibido vagamente, pero lo adjudicaba al olor característico de los hospitales, y ahí estaba, más presente que nunca antes en los últimos seis meses, se acordaba perfecto del ataque de feromonas de la última vez que estuvo con Cristina, era lo mismo que estaba sintiendo ahora, pero no podía desmayarse, no aquí, no ahora. Se aferró a la consciencia lo más que pudo, quiso agarrarse de un recuerdo y lo primero en que pensó fue en ella, en Marisol, en la manera en que el escotado vestido negro se pegaba a sus curvas mientras bailaba frente a él. Había respondido muy bien a su acercamiento, le sonreía y lo miraba a los ojos. De entre todas las mujeres que había conocido hasta entonces, Cristina había sido la única que era capaz de sostenerle la mirada, y en ese momento se encontraba con ella, esa hermosa fémina que lo había maravillado desde que la miró por primera vez, tan diferente a las demás con las que había estado, tan diferente a él mismo pero a la vez tan parecida. Bailaba con ella, irradiaba energía y él olvidó por completo que Cristina estaba sola y triste, encerrada en su casa, y que en esa misma fiesta estaba Carlos, tal vez manoseando a Diana, su asistente. Sólo tenía ojos para Marisol, pero quería más, quería su piel, quería sus brazos, quería sus besos, quería su sangre, quería su amor, quería su alma. La tomó por la cintura y temió por un instante que se resistiera, pero eso no ocurrió. Ella, sin dejar de moverse sensualmente le rodeó el cuello con los brazos, esos brazos blancos y delgados que sintió con sus mejillas, y eran tan suaves, y olían tan bien, a ese perfume que jamás se podría quitar de sus recuerdos.

Abrió los ojos, el mareo había desaparecido pero el intenso cloro le llenaba la nariz y casi le hacía estallar la cabeza. De su cartera sacó un par de pastillas, las mismas que el doctor Horacio Sacbé le había recetado para disminuir las migrañas que lo atacaban desde que tenía veinte años. Hacía cinco años, el día anterior al día de la fiesta en la obra de su hermano Alejandro en que conoció a Marisol había sido la última vez que había sufrido un ataque parecido, pero desde que ella entró a su vida se habían terminado. Sin importarle el horrible sabor del medicamento se metió las dos pastillas a la boca, cerró los ojos fuertemente y las masticó, tenía los labios y la garganta seca pero logró tragárselas ya hechas polvo. Cuando levantó de nuevo los párpados se encontró de frente con la doctora Leticia Garcés enfundada en un vestido negro, corto a la rodilla, ligeramente escotado y sin mangas, sus hombros estaban cubiertos por una mascada, también negra y con vivos plateados; ella se retiró el cabello que le caía sobre la cara con un movimiento delicado de su brazo derecho y se acercó.

- Pedro, ¿te sientes bien? Tenemos diez minutos esperándote, el doctor Horacio y yo ya estamos listos para ir al hospital. ¿Pasó algo?

- No, Lety, estoy bien, es sólo la migraña, parece que ha vuelto esta mañana.

- Ven conmigo, te ayudo a bajar, toma mi mano.

- Gracias.

Leticia tomó a Pedro por su brazo izquierdo y éste, a pesar de la tela del traje y la de la camisa que separaban su piel de la de ella, la sintió. Unos brazos suaves que estaban ahí para abrazarlo. No pudo evitar el volver a pensar en Marisol y las sienes le palpitaron tanto o más fuerte que el corazón. Se forzó a no pensar en ella, entrecerró los ojos y volvió la cabeza hacia su izquierda, el escote del vestido de Leticia dejaba ver el comienzo de sus senos turgentes que subían y bajaban al ritmo que les imprimía su respiración agitada por el esfuerzo de bajar la escalera sosteniendo a Pedro. Él pudo notar que también tenía pecas en el pecho, sintió un temblor en su entrepierna dentro del pantalón del traje y lo invadió un deseo inaudito por tomar esos senos entre sus manos, acariciarlos en toda su circunferencia y apretarlos, amasarlos hasta hacerla gritar, apretar sus pezones, llevárselos a la boca y morderlos con furia. Su mano derecha se acercó lentamente por debajo en dirección al cuerpo deseable de Leticia, aún no rebasaba la frontera imaginaria de su propio cuerpo cuando tuvo que detenerse en seco al escuchar que la puerta del edificio se abría con un golpe.

- ¡Pedro!

El doctor Horacio Sacbé se veía perturbado, seguramente al entrar y ver la escena habría adivinado las intenciones de Pedro, pero él volvió a cerrar los ojos y dejar caer lánguidamente el brazo derecho sobre su costado.

- Pedro, ¿me escuchas?

- ¿Eh? Sí, sí doctor, perdóneme, la migraña volvió.

- Podemos cancelar la cita si lo prefieres.

- ¿Se puede?

- Claro que se puede, ven, te llevaremos de nuevo a tu departamento.

- Gracias doc, gracias Lety.

La doctora Leticia le sonrió tímidamente y sus mejillas se ruborizaron de manera por demás notoria; los ojos de Pedro se iluminaron cuando en la maniobra para voltear y comenzar a subir logró verle de nuevo los senos a través del escote, y esta vez un poco más, un pequeño esbozo del encaje de su negro sostén. Sabía que con el doctor Horacio presente jamás podría acercarse lo suficiente para tocar el cuerpo de Leticia con las manos y que pareciera accidental. Parecía un adolescente, ese adolescente que hace un poco menos de veinticuatro horas había cobrado vida por medio de sus palabras en el consultorio de la terapeuta, pero no podía evitarlo, el deseo que le había provocado era ya innegable. Rezaba porque no se le notara demasiado. El doctor Sacbé abrió la puerta del departamento con la llave que él tenía para un caso de emergencia desde que Pedro fue diagnosticado.

- Espera aquí Leticia, por favor - Pidió con amabilidad el doctor señalando con un movimiento de cabeza hacia la sala. Leticia obedeció de inmediato y Pedro sintió que el calor junto a su cuerpo se alejaba.

Pedro, mientras caminaba rumbo a la habitación aún sujeto del brazo del doctor Horacio, trató de mirar de reojo como Leticia Garcés se sentaba en el mullido sillón que había elegido para esperar. Lo hizo lentamente alisando el vuelo del vestido, desde las nalgas hasta las corvas pasando por toda la parte posterior de sus muslos, él se imaginó sus propias manos acariciando las torneadas piernas que ahora mostraba la doctora al cruzarlas sensualmente. Cuando el pasillo comenzó la perdió de vista. Entraron en el cuarto y el doctor prendió la televisión.

- Recuéstate por favor Pedro.

- Sí doc, gracias por todo. ¿Qué pasará con la persona que quería que viera hoy en el hospital?


- No te preocupes, ella entenderá.


- Es una mujer entonces.


- Lo siento Pedro, fui descuidado, pero creo que no tiene caso que te lo oculte, eso al menos. Sí, es una mujer y me tomé la libertad de citarla, sé que te será de utilidad.


- No va a decirme de quien se trata ¿verdad?


- ¿Y arruinar el suspenso? ¡Jamás!


- Confío en usted, lo sabe.


- Y lo agradezco. Debo irme ahora, no te levantes ya, yo cerraré la puerta. Trata de descansar Pedro, ayer fue un día de muchas emociones para ti, y me imagino que no todas agradables.


- Y las que faltan doc.


- Mañana vendré por ti a la misma hora.


- Muy bien.


Pedro descansó la cabeza en la almohada, todos sus pensamientos se concentraban en Leticia, en su escote, en sus piernas, en la turbación que le había notado cuando le contó la historia de su primera vez. Cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos la cabeza había dejado de dolerle, no sabía cuanto tiempo había pasado, pero alguien tocaba el timbre con desesperación.

Se levantó rápidamente, aún estaba completamente vestido y la luz de sol que entraba por las ventanas le decía que no podía ser más tarde de las nueve de la mañana, había dormido poco más de una hora. Abrió la puerta sin ver la mirilla.

- Perdón si te desperté, pero no pude dejar de notar la forma en que me mirabas, tampoco pude evitar el darme cuenta de tu erección cuando te tomé del brazo. No quiero molestarte, yo solamente quería ...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ha diablote ella queria que?????''''
ha me kede picada
jajaajaj bien adicta
heeeeeeeeeee
siguele siguele

Anónimo dijo...

ihhhh
quería cogerselo vdd vdd!?!!?!?
aghhh mujeres sucias!

la chida de la historia dijo...

Claro!! se lo va a coger.. eso nos queda claro!!... será una más... y seguro será algo así como la cura... je je je...

Pinche Pedro... que feromonas, ni que tumor, ni que la chingada.. como todos los hombres: PINCHE CALIENTE!!!!..

ñehhh!!

Besotes, papitoooou!

QUIERO MI LIBRO!!!