19.11.08

10.

El quinto piso del hospital San Jorge de Atanes estaba totalmente dedicado a los enfermos de cáncer, había cuarenta y cinco habitaciones triples para pacientes con un grado moderado de la enfermedad, quince cuartos privados y veintisiete salas, también privadas de terapia intensiva. Las habitaciones comunitarias se encontraban a las orillas del piso, los cuartos privados acomodados al centro, aislados por gruesos ventanales y las salas de terapia intensiva al fondo, rodeados por los consultorios personales y las oficinas particulares de los médicos. La doctora Laura Velasco Del Río tenía dos años de haber concluido la especialidad, pero desde que era residente en el hospital ahí se había mantenido; había sido su sueño desde que salió de la educación media superior, y jamás permitió que nada la distrajera de ese objetivo, con la sola excepción de un desliz que duró sólo un fin de semana hacía casi ocho años. Ella era alta y delgada, de piel apiñonada y cabello castaño, ondulado y enredado, hecho que la obligaba aún ahora a peinar su cabello siempre con una trenza muy apretada. Había decidido estudiar medicina motivada por los fuertes dolores de cabeza que su peinado le provocaba en la adolescencia temprana, cuando su madre y su tía le prohibieron terminantemente el salir a la calle con el pelo suelto y más adelante también la habían forzado a mantener su cabellera apretada en todo momento, incluso cuando dormía, permitiéndole liberarlo solamente para el baño. El peinado justo enmarcaba su rostro de anguladas facciones, con el mentón triangular y la boca de labios carnosos en forma de corazón. Desde los dieciocho años se acostumbró a usar largas batas blancas todo el tiempo, tanto en la facultad de medicina como en el transporte que utilizaba para llegar ahí desde la casa de huéspedes en donde vivía. Había tenido solamente un novio con el que duró todo el tiempo que estuvo en la facultad, y esa relación era bastante cómoda para ambos pues los dos sabían lo que implica la carrera de medicina, las largas horas de clase y el estudio entre éstas y el memorizar infinidad de conceptos en poco tiempo, dejan poco espacio para las actividades de pareja, y estaban conscientes de eso y estaba bien para ellos. Él nunca le fue infiel, ella sólo una vez se besó con otro hombre, el mismo con el que tiempo después tuvo una aventura que jamás olvidaría.

Su oficina era la última del extremo de la derecha al fondo del piso de oncología. Las paredes de un gris muy claro y la escasez de cuadros o pinturas en ellas le daban un aspecto sobrio, únicamente el título profesional y el de especialidad se encontraban colgados a espaldas del escritorio y a la izquierda, una puerta negra conducía al consultorio, que también contaba con acceso desde el pasillo. En ese momento la doctora revisaba los expedientes que contenían las historias clínicas de dos de sus pacientes que habían muerto la semana anterior, estaba concentrada recordando sus casos cuando la puerta del consultorio que daba al pasillo se abrió y ella se levantó sobresaltada

- ¿Diga?

- ¿Doctora Velasco?

- Así es, y usted es ...

- Doctor Horacio Sacbé a sus órdenes. No soy residente de este hospital ni tengo consultorio aquí, pero me gustaría platicar con usted, si no le molesta.

- Para nada doctor, y por supuesto que yo lo conozco, sé que esporádicamente trata a sus pacientes aquí. ¿En qué lo puedo ayudar?

- No es precisamente a mí a quien puede usted ayudar doctora, ¿puedo pasar?

- Sí claro, discúlpeme me tomó por sorpresa y fue descortés de mi parte, pase por favor.

- Afuera en la sala de espera de la recepción tengo un paciente particular que de algún modo me gustaría que usted viera.

- ¿Cáncer?

- Sí, un tumor maligno en el cerebro, pero no es esa precisamente la razón por la cual quiero que lo vea. No me lo tome a mal, él ha sido ya diagnosticado y desahuciado, no hay nada que sus habilidades médicas puedan hacer por su salud física. La ayuda que busco de su parte tiene que ver con la salud mental del paciente, con la calidad de vida que él ha elegido para sus últimos días.

- Me preocupa.

- No, no debería. No es nada grave, tan sólo le pido que hable con mi paciente un momento. Me imagino que ahora no tiene tiempo usted, ¿o sí?

- No demasiado doctor, pero si es muy urgente puedo ...

- Mañana estará bien, si está bien para usted, claro.

- Mañana por la mañana.

- Pedro se llama, tiene una cita con la doctora Leticia Garcés, psiquiatra, a las nueve de la mañana, yo lo acompaño pero permanezco en la zona de observación en una Cámara de Gessel. Quisiera, de ser posible que usted llegara al consultorio de la doctora Leticia alrededor de las ocho y media de la mañana y que tome el lugar de la doctora en la Cámara. Ella y yo estaremos del otro lado observando.

- Me parece bien, pero ¿me mostrará el expediente o la historia clínica del paciente?

- Si me permite un abuso de confianza, se lo daré al terminar la charla con el paciente, con Pedro. Sólo le pido una hora o máximo dos horas de su tiempo mañana.

- ¿Puedo confiar en usted doctor? Sus credenciales lo avalan, pero no puedo dejar de sentir una ligera turbación con la idea de ir sola a un consultorio ajeno a ver a un paciente sin conocerlo previamente y sin antecedentes. Sólo dígame algo que me tranquilice doctor.

- Si usted lo prefiere podríamos venir aquí, puede ver a Pedro en su oficina, nosotros esperaríamos en el consultorio. O es más, no es necesario que estemos presentes, simplemente permítame grabar en audio la conversación, no te pido más.

- De acuerdo Horacio, si no hay inconveniente con ustedes, en verdad preferiría recibirlos aquí. Tal vez cuando lo haya conocido, y a la doctora Leticia también podríamos hacer ese experimento. Discúlpeme, me sentiría mucho más segura.

- No se preocupe Laura, le aseguro que va a ser la única vez que hable con este paciente, quizá después pediré su opinión clínica, pero lo que me interesa en este momento es que Pedro hable con usted.

- Los esperaré a las nueve de la mañana entonces.

- Gracias por su tiempo Laura, y gracias por aceptar.

- Puede usted hablarme de tú, doctor. Por favor.

- Te lo agradezco de nuevo Laura, te pido que tú hagas lo mismo. Ahora debo irme.

- Bien Horacio, mañana te veré.

El doctor Sacbé se levantó de la silla, con una mirada y un asentimiento de cabeza se despidió de la doctora Laura y al salir no pudo evitar echar una discreta mirada a sus piernas a través del reflejo del cristal junto a la puerta. Sintió calor en el pecho, pero se contuvo y volteando a ver a la doctora con una sonrisa genuina, salió de la oficina. Al cerrar la puerta tras de sí se detuvo un momento, un pensamiento le cruzó por la cabeza pero decidió no volver a entrar, esa información podía esperar a mañana, no era siquiera necesario que ella lo supiera. Se alejó con el mismo paso largo y veloz con rumbo a la sala de espera de la recepción en donde se encontraba Pedro sentado, abatido y con la cabeza entre las manos.

***

“Ya sé lo que estás sintiendo, la cabeza te estalla pero no puedes perder ahora el sentido. Yo estoy aquí y no permitiré que suceda, no puedes dejarme de lado, ya formo parte de ti, hasta el final que se acerca rápido como un bólido listo para estrellarse de frente contra tu vida. ¿Puedes sentirlo? ¿El olor? Todo este hospital hiede, apesta, y eso sólo logra que me apodere más y más de tu consciencia. Sigue tu olfato, ¡levántate! ¡Ya!”

Pedro se levantó como un autómata y caminó sin saber a ciencia cierta hacia donde se dirigía, subió escaleras y dobló esquinas, tenía la impresión de que encontraría algo al final del pasillo, y se estaba preparando para lo peor. Era extraño que no se topara con ningún médico ni con ninguna enfermera que le cortara el paso, pero no le prestó mucha atención, lo único que escuchaba era esa voz dentro de su cabeza, la misma que le había hablado en sueños y lo había despertado esa mañana. A lo lejos, el bullicio del hospital parecía venir en su totalidad de detrás suyo, y al frente, la puerta con el número trece en plateado. Despacio, tomó el picaporte, lo giró, empujó y se asomó al interior. En la cama de la habitación, una figura yacía tras las cortinas completamente corridas y el monótono y desafiante bip del monitor de ritmo cardiaco le imprimía a la escena un toque espeluznante. Sin cerrar la puerta se acercó, tocó con la punta del dedo índice la cortina azul que tembló ligeramente, sintió un aire frío en la espalda al tiempo que le comenzaban a punzar las sienes, corrió con fuerza las cortinas que al abrirse le revelaron el estado lastimero en que Nadia se encontraba.

- Perdóname Nadia, no estoy seguro de que puedas escucharme pero solamente quería venir a decirte que lo siento, lo siento por todo, por haberte engañado y por haberte usado. Nunca te lo dije, pero esa noche en el motel fue maravilloso, pocas veces en mi vida sentí tal placer estando con alguien como ese día, contigo. No sé porqué te lo digo ahora pero sí sé porqué no te lo dije entonces. Era un imbécil, ambos teníamos dieciséis años, y ya sé que no es pretexto. No sé si lo nuestro fue relevante o no en el resumen de tu vida, pero hoy quiero decirte que para mí lo fue. Y no hay nada que ahora quisiera más que estar en tu lugar, yo no tengo ya nada, estoy condenado a morir en treinta días. Tú tenías un hijo, y ahora está muerto y tú tal vez aún no lo sabes y quizá jamás lo sepas si es que no logras despertar. Si me permites, quisiera besar tus labios una vez más, quizá la última, sentir de nuevo un poco de la magia que tú y yo hacíamos juntos.

Volvió la cabeza y vio que la puerta seguía abierta, regresó para cerrarla pero una mano pequeña y velluda se lo impidió.

- ¿Quién es usted? Estoy buscando a mi esposa.

- Mi nombre es Pedro, yo, yo la traje, es decir, yo ayudé en su rescate y vine en la ambulancia, sólo eh, solamente quería asegurarme de que estuviera bien.

- ¿Es ella?

- Ella es la mujer que sufrió el accidente, ¿es ella tu esposa?

- Disculpa, me llamo Iván Salas, ¿es mi esposa? Nadia García.

Ahora lo recordaba, ese hombre de mediana estatura, flaco, desgarbado y ligeramente encorvado, con el cabello escurrido color paja y la cara amarilla. Tenía grabada en la mente la imagen de esa cara burlona, más de quince años atrás, alejándose desde un auto compacto, señalándolo después de haberle lanzado un pequeño explosivo que le hizo impacto bajo la rodilla izquierda, quemándolo. Tuvo ganas de golpearlo en ese instante y quizá Iván lo haya notado en su rostro porque retrocedió un par de pasos. Se habría sentido tan bien en ese instante el estrellar su cabeza contra el piso, el burlarse de su dolor como él lo había hecho antes, pero Pedro se contuvo. Este asunto no se trataba de él, era ella, era Nadia. De la que ahora habría de despedirse en silencio y sin tocar sus labios por última vez

- Ella es Nadia. Está en coma. Tu hijo está muerto, por cierto, pero no sé a dónde lo llevaron. Espero que ella se recupere, si lo hace, dale mis saludos por favor. Dile que Pedro estuvo aquí cuidándola, ella sabrá quien soy.

Sin esperar respuesta, Pedro salió de la habitación y cerró la puerta, aún se quedó un segundo con la mano apretando fuerte el picaporte y los ojos se le humedecieron mientras con la boca hacía una mueca tratando de reprimir un grito de llanto.

Se alejó de ahí, llegó a la sala de espera y decidió no contarle al doctor Horacio sobre lo que acababa de ocurrir, no por el momento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante :) y luego?
ha me quedo picada :O

la chida de la historia dijo...

No manches, no manches.... agghhhhh!!

Bueno, muy chido!! me gusta!.. sólo un par de comentarios... pero esos te los hago directamente ora que te vea...

Felicidades... ya quiero saber que sigue...

Besotes, papito!