21.11.08

8.

- No, no es mi esposa, pero la conozco, la conozco desde hace años aunque teníamos mucho tiempo de no vernos; mire doctor, yo busqué entre sus cosas alguna información de contacto pero no logré encontrar nada, y teniendo en cuenta la situación, vaya, el niño que puede ser su hijo, no lo sé, está muerto; y no quise dejarla sola en este momento.

- Lo siento señor, si no es usted su esposo no puedo dejarlo entrar a verla, no sin una autorización de sus familiares.

- Pero entiéndame, al menos deme información sobre su estado de salud, ¿va a estar bien?

- Eso no podemos saberlo por ahora, su situación es delicada y tiene heridas internas que comprometen muy seriamente su vida. Le sugiero, es más, le rogaría que trate de contactar a sus familiares urgentemente, lo más probable es que pronto haya decisiones trascendentales que habrá que tomar.

Pedro se estremeció. No tenía planeado buscar a Nadia hasta dentro de uno o dos días, pero ahora, el destino los había hecho encontrarse en las circunstancias más fatídicas que pudiera imaginar en ese instante, y además había una gran posibilidad de que para ella ya no existiera un mañana. Tenía que verla ahora. Pero por el momento no tenía idea de cómo hacerlo. Decidió sentarse en la sala de espera y aguardar a que el doctor Horacio Sacbé llegara.

Inevitablemente sus pensamientos retrocedieron quince años en el pasado y recordó cuál era su objetivo principal para esa tarde. Pensó que era curiosa la manera en que sus historias con Jahayra y con Nadia se cruzaban. Esa fiesta, había sido esa maldita fiesta. Los quince años de la primera a la que había ido de la mano con la mujer que ahora yacía sólo Dios sabía cómo en alguna cama de ese hospital. Pedro no sabía lo que había pasado con Jahayra, prácticamente no volvió a hablar con ella después de ese día, aunque ella lo había buscado en al menos diez ocasiones, pocas fueron las veces en las que él se dignó a siquiera dirigirle la palabra, muchas veces lo único que hacía era volver la cabeza, altanero y continuar con lo que estaba haciendo. Cuando él terminó la preparatoria y se marchó a otra ciudad a estudiar la universidad, dejó de saber de ella.

Ahora caía en la cuenta de la dificultad inmensa que su plan representaba. Mujeres como Jahayra o Nadia que en la práctica eran completamente ilocalizables, al menos en tan corto tiempo, y las que faltaban. No podía confiar en el destino para encontrarlas, y mucho menos en un destino tan fatal como el que lo había hecho toparse a Nadia. Hubiera preferido morir él en vez de ella. Y de nuevo la imagen del cuerpo inerte del niño de cabellos dorados le punzó el alma.

- ¿Sería su hijo? - pensó - ¡Tenía que serlo! ¿Por qué más iría en el auto con ella? Ahora está muerto y lo peor de todo es que Nadia ni siquiera lo sabe. Yo estoy condenado y estoy aquí, sentado y pensando; ellos que tenían toda la vida por delante la vieron truncada de una manera por demás espantosa.

Viendo su vida en retrospectiva, pocas cosas que haya hecho le repugnaban tanto como su comportamiento en la fiesta de quince años de Jahayra. Y más aún por haber involucrado a Nadia en ese juego. Estaba consciente de que debía pedirle una disculpa por haberla usado de esa forma para darle celos a otra chica, pero sobre todo por hacerlo sin tener ninguna razón en especial. Por el puro afán de echar a perder la fiesta. No tenía idea de lo que sus acciones desencadenarían, pero él sólo tenía quince años, no que sea un pretexto para hacer estupideces, pero así fue como las cosas pasaron. Pedro y Nadia salieron de la fiesta de la mano. Detrás suyo solamente el silencio roto a momentos por los sollozos de Jahayra. Subieron al auto que la señora Helena le había prestado a su hijo y a medida que la música dentro del salón comenzaba a tomar nuevamente su ritmo, ellos se alejaban con un rumbo bien fijo. Nadia lo deseaba, había conocido a Pedro hacía relativamente poco tiempo en una visita que éste había hecho a su escuela en busca de información académica, a la salida la había notado y ella sintió un repentino calor en las mejillas cuando los ojos verdes se posaron en su rostro, una sonrisa tímida se le dibujó pero Pedro le sostuvo la mirada y se acercó a ella con decisión, le acarició con delicadeza el cuello y le dijo al oído que le gustaba, que era hermosa y que quería conocerla. El ego de Nadia estaba por los cielos, no tenía novio entonces y pensó que nada perdería con intentarlo con ese chico guapo que la halagaba sin conocerla. Tres semanas estuvieron saliendo, las mismas en las que Pedro veía únicamente a Jahayra en los ensayos de la fiesta de quince años, así que tenían las oportunidades suficientes para estar juntos. Sus encuentros eran muy intensos. La primera vez que fueron al cine, Pedro logró meter la mano derecha bajo la blusa de Nadia, acariciarle los senos por sobre el sostén y hacerla temblar durante el tiempo que duró la película. En otra ocasión estuvieron cerca de hacer el amor por primera vez en la casa de ella, en su cuarto, estaban ya desnudos de la cintura para arriba, pero el sonido del timbre los hizo reaccionar; había llegado el repartidor trayendo las hamburguesas que habían ordenado por teléfono y que la calentura del momento los hizo olvidar. Estaban en el auto y Nadia no podía disimular su excitación, sus mejillas coloreadas y sus pechos que subían y bajaban con el ritmo de su respiración entrecortada la delataban, lentamente acarició la rodilla de Pedro y subió hasta casi tocar su erección sobre la ropa, él sin perder de vista la carretera tomó su mano y la llevó a sus muslos, un poco abiertos y revelando una buena cantidad de piel a causa de la falda corta que había elegido para la fiesta. Su madre le había advertido sobre el uso responsable del auto y no quería arruinar las cosas. Con sus dedos sosteniendo la mano de Nadia tocó su entrepierna, la ropa interior un poco húmeda solamente hizo confirmar lo que era un creciente deseo. Pedro retiró su mano y la colocó en el volante, se acercó y sin dejar de ver hacia el frente, le dijo en un susurro: “Mantén tu mano ahí, quiero que permanezcas húmeda y dispuesta”. A Nadia se le escapó un ligero gemido al escuchar aquello mientras el auto entraba a un motel. Después de pagar por la habitación, subieron las escaleras de la mano y mirándose con las ansias contenidas, cuando la puerta se cerró, ella se dirigió hacia el centro del cuarto con un andar felino y sugestivo, Pedro se quedó de pie, hipnotizado por el vaivén de la cadera y el vuelo de la corta falda negra, Nadia se soltó el cabello y se sentó en la orilla de la cama, se llevó el dedo índice de la mano izquierda a la boca y acarició sus propios labios mientras con las yemas de los dedos de la mano derecha tocaba suavemente sus piernas subiéndose la falda. Con una seña le pidió a Pedro que se acercara, él aún con la imagen de Jahayra sometida en el lavamanos del baño, se quitó el saco y se aflojó el cuello de la camisa, se aproximó a la cama y una vez ahí, Nadia lo jaló de la corbata y lo atrajo hacia ella, una vez acostados comenzaron a desnudarse mutuamente, las caricias entre ambos despedían tal calor que los vidrios se empañaron. La piel de Nadia era muy blanca, pero la media luz de la habitación le otorgaba un tono que a Pedro lo volvía loco; si antes, en la fiesta tenía un deseo que sólo pudo satisfacerse por medio de la furia y el sexo duro, con Nadia era diferente, no sentía ninguna urgencia, quería disfrutar cada momento haciéndole el amor a esa hermosa y joven mujer que estaba ahí, para él. Despacio la tomó por los muslos y los acomodó en su cadera, mirándola a los ojos con pasión comenzó a penetrarla poco a poco. Nadia cerraba los ojos y arqueaba la espalda mientras se sentía poseída como nunca antes. Pedro estaba completamente seguro de tener el control de la situación, podía sentirlo en cada centímetro de su pene que entraba con un ritmo descomunal en ella. El orgasmo fue fantástico para ambos, casi al mismo tiempo sintieron que el aliento les era arrebatado por el aire previamente respirado por el otro. Y el olor, ese olor similar al del cloro que había llegado hasta sus fosas nasales en compañía de Ruth, en mayor medida con Jahayra volvía, pero ahora era inmenso, todo lo envolvía y le causaba una inquietud que no podía explicarse, mas el sentimiento de pertenencia no lo abandonaría jamás.

A la salida del motel, cerca de las tres de la mañana, pasaron junto a un accidente de tránsito, había sido espantoso, Pedro lo recordaba de forma borrosa, tres autos prácticamente hechos uno entre los hierros retorcidos y sirenas de patrullas y ambulancias. Nadia se veía consternada entonces, y ahora estaba al borde de la muerte víctima de un accidente semejante.

- ¡Pedro! ¿Qué pasó? ¿Qué haces aquí?

El doctor Horacio Sacbé se acercaba a grandes zancadas hacia él. Pedro levantó la vista y con los ojos humedecidos sólo atinó a responder:

- Es Nadia doc. ¿La recuerda? Tuvo un accidente y está en terapia intensiva. Su hijo murió pero no sé a donde lo llevaron. ¡Ayúdeme por favor, ayúdela!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno ha cada dia se pone
mucho mas interesante...
besos diablote