La doctora Leticia Garcés Padró estaba inmóvil en el medio del estudio, su teléfono celular con la pantalla destellando vibraba en la palma de su mano que se mantenía extendida. No sabía que hacer, había llegado a un estado en el que ya no era dueña de sus decisiones, no sabía si era la situación o el lugar o el hecho de estar en un territorio hostil en donde, si bien Marisol jamás la había acusado directamente de algo, sí sentía que la mirada de todos se dirigía de vez en cuando a ella, la extraña, la otra, la desconocida, la que aparentemente no tenía relación con ninguno de los presentes, excepto con el doctor Horacio Sacbé, pero tampoco eran muy cercanos, por su actividad habían coincidido en muchos congresos y entre ellos había admiración mutua por su trabajo, pero no eran amigos y ella no sabía nada de su vida. A la madre de Pedro la había conocido hacía dos días solamente, y eso fue porque ella insistió en que debía tener información suficiente para llevar a buen cabo el tratamiento terapéutico al que se sometería su hijo, mismo que ahora quedaba completamente descartado. Conocía la historia de Pedro y Marisol por los antecedentes que le había confiado el doctor, pero era la primera vez que la veía, mucho más decidida y autoritaria de lo que se hubiera imaginado. A Alejandro lo había detestado al momento de conocerlo, sin embargo ese extraño parecido con su hermano la inquietaba. De los demás no podía decir mucho. Por estas razones ella sentía que no tenía el poder de decidir sobre esa llamada. - ¿Pero por qué me está llamando a mi? - Pensaba.
- ¿Qué estás esperando niña? ¡Contesta! - Le hablaba la señora Helena Darmand con una voz suave, acaso dulcificado por la fuerza.
- ¿Qué le digo? - Leticia preguntó en un murmullo apenas audible.
- Dile que quieres verlo y que tú ... - Helena tardó en decidirse y le respondió titubeantemente.
- ¡Dile la verdad! - Marisol levantó la voz interrumpiendo a su suegra. Leticia dio un pequeño salto asustada por el tono con el que la dueña de la casa se dirigía a ella. - Dile que estás aquí, que estás conmigo y que venga, que venga inmediatamente. Ah, y pon el teléfono en modo de altavoz, todos los demás guardaremos silencio.
Ni Leticia ni nadie en ese estudio se habrían atrevido a desobedecer las órdenes de Marisol. La doctora abrió el teléfono, presionó un par de teclas y con la voz pretendiendo parecer calmada dijo:
- ¿Pedro?
- Lety, tengo que hablar contigo, yo ...
- Pedro, por favor escúchame ...
- ¿Dónde estás? Necesito preguntarte algo, es urgente, dime donde puedo verte en ...
- No. - Leticia no se sentía con el temple como para imponerse a Pedro y que dejara de hablar, con temor volteaba a ver a Marisol pero ésta solamente la miraba mientras hacía una mueca de reprobación. - Lo que estoy intentando de...
- ¡Lety por Dios! Sólo quiero que me digas si mi esposa, si Marisol ha intentado hablar contigo.
Todos en el estudio se quedaron en silencio. Parecían no estar preparados para ese revire. Marisol no sabía que pensar, si Pedro sabía que había vuelto a casa, ¿entonces por qué no simplemente venía? ¿Por qué la buscaba a ella? Con un gesto y una seña le indicó a Leticia que debía seguir con la conversación.
- Estoy en tu casa.
- ¿En el departamento? ¿Quién te dio las llaves?
- No, escúchame Pedro. Estoy en tu casa, en casa de Marisol y tuya. Tu esposa está aquí, conmigo. Tienes que venir por favor.
A través del altavoz del teléfono celular de Leticia, todos los que se encontraban reunidos en el oscuro estudio repleto de libros oyeron el inconfundible sonido de una llamada terminada. No sabían qué había pasado, si Pedro había colgado y no tardaba en llegar o si se había molestado. La doctora esperó unos minutos en completo silencio y marcó. Una voz femenina le impedía completar la llamada y la invitaba a intentarlo más tarde.
- Apagó el teléfono. - Dijo resignada.
- Esperaremos pues. - Replicó Marisol. - Pero quiero que todos se vayan de mi casa ahora, todos menos tú Leticia.
La reacción de todos los presentes fue de estupefacción. El primero en salir a grandes zancadas fue Alejandro, abrió con furia la puerta del estudio y se fue azotándola con tanta fuerza que casi golpea la nariz de Carina, que tomada del brazo de Salvador se disponían a ser los siguientes en abandonar el estudio. Marisol les dio la espalda y mirando a través de la ventana esperó a que todos salieran. Leticia, por su parte, había hallado un lugar para sentarse, se sentía disminuida, pensó que quizá se debiera al sentimiento de culpabilidad que la embargaba por haberse enamorado de un hombre casado, y ahora se encontraba en la misma habitación que la esposa, y tenía miedo. Marisol no le parecía una mujer capaz de llegar a la violencia física pero no quería averiguarlo, sin embargo algo le impedía huir de ahí. Una especie de curiosidad morbosa que la impulsaba a saber que era lo que habría de pasar.
***
Desde el momento que Leticia le había dicho que Marisol estaba de vuelta en su casa, Pedro había corrido sin detenerse. Ni siquiera hizo caso del ofrecimiento de Cristina para llevarlo a donde fuera, se despidió de ella con un movimiento de mano y enfiló hacia la calle. Corrió a la máxima velocidad que pudo y después de cuatro cuadras se cansó, estaba hiperventilando, le dolía el costado izquierdo y la cabeza no había dejado de dolerle. No sabía silbar aunque de haberlo intentado estaba seguro de que las sienes le habrían estallado, casi tambaleándose, se acercó a la orilla de la banqueta y con el brazo extendido le hizo la parada a un taxi tras otro, ninguno se detuvo. Estaba a punto del deliro cuando un auto se detuvo frente a él, era Cristina que lo había seguido, abrió la puerta y con una seña le pidió que se subiera.
- Sabes que siempre voy a cuidar de ti, ¿verdad?
- Gracias hermosa, de verdad necesito llegar a mi casa, no sé que ha pasado pero Marisol está ahí. - Dijo Pedro con la respiración entrecortada.
Sin hablar, Cristina tardó solamente cinco minutos en llegar hasta la fachada pétrea con el portón negro. Pedro intentó bajarse pero ella se lo impidió con el brazo.
- Aquí es donde digo adiós Pedro. - Los ojos de Cristina se llenaron de lágrimas pero el tono de su voz se mantuvo siempre firme. - Hemos estado juntos desde nuestros tiempos de estudiantes, en verdad me parte el alma el saber que jamás voy a volver a verte, ni siquiera como amigo como los últimos cinco años. Quiero que sepas, que a pesar de todos tus defectos no conozco ni conoceré a un hombre mejor que tú. En todos los sentidos. Perdóname por no acompañarte hasta el final del camino, pero eso ya no me corresponde. Sé feliz el tiempo que te quede, por mí no te preocupes, voy a estar bien, te lo prometo.
- Sé que vas a estar bien. No creo en milagros ni creo en el más allá. Pero así como mucho de lo que he creído a lo largo de mi vida ha sido una mentira, espero con todo el corazón volverte a ver. En este mundo o ...
- No sigas por favor. Pase lo que pase, éste debe ser nuestro adiós. Te quiero Pedro.
Sin derramar lágrima alguna, pero con la emoción a flor de piel, Pedro Ortiz Darmand se despedía así de la mujer, aparte de su esposa, que mejor lo conocía en el vida. Salió del auto y se forzó a no mirar atrás. Se dio cuenta de que no tenía las llaves de la casa consigo así que tocó el timbre y casi de inmediato el portón se abría.
La cabeza seguía palpitándole dolorosamente. Aun y cuando jamás se preocupó por el mantenimiento de la casa, sentía un extraño sobrecogimiento en su interior al ver el jardín abandonado, las flores semi marchitas, los muebles sucios y el pasto crecido. La puerta principal estaba entreabierta. Entró y la oscuridad total prácticamente lo cegó, sus ojos ya no podían distinguir bien las formas que se presentaban ante él, siguió por inercia el mismo camino que recorrió todos los días durante casi cinco años, siempre dirigiéndose a su estudio. Al llegar, abrió la puerta con un empujón, su mirada ya no era capaz de diferenciar la luz de la oscuridad debido al dolor, pero al momento, escuchó por primera vez en casi medio año la dulce voz de su esposa y ésta lo envolvió en un abrazo lleno de sensaciones.
Marisol respiró el olor de su marido. Ese olor peculiar que a nada olía más que a él y que la hizo verse nuevamente enamorada del hombre de su vida. El abrazo apretado de ambos duró exactamente tres segundos. Después, Marisol sintió el peso de un cuerpo varios centímetros más alto y muchos kilos más pesado que ella desplomarse en sus brazos.
- ¿Pedro? ¡Pedro! ¡Contéstame!
3 comentarios:
nooooooooooooo!!!!!!!!!1
por fin la ve, y se desmaya el baboso!??! ahh q estres con ese pedrooo..
Aaahhhhhhhhhhhh!!! que la chingadaaaaa!!!
Snif, snif....
'pobre Cristina'... creo ya es uno de mis personajes favoritos...
Ya casi, papito.... ya casi...
(sufrosi)
yo también voy a extrañar todo esto... =(
Besillos!
haaa..se quedo en lo mas interesante.pobre pedro :(
ya falta poquito para el final
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