La mente de Pedro Ortiz Darmand trabajaba a mil por hora. La revelación que Cristina acababa de hacerle le perturbaba, aunque tampoco podía negar que lo había pensado antes. - ¿El olor proviene de mí? ¿Es por eso que Cristina lo percibe también? ¿Esa es la razón del porqué el olor es el mismo aunque esté con mujeres diferentes? - Pensaba. - Y si es un aroma que yo mismo expido, ¿cómo es que no lo sentí la noche en ese viaje al sureste? Es cierto que lo he estado sintiendo todo el camino desde que salí del hospital, pero mis emociones estaban alteradas por completo y no estoy seguro de haber estado pensando claramente, al igual que pudo ser una invención de mis sentidos, bien puede ser cierto que soy yo, no ellas.
El teléfono de la casa de Cristina sonó con furia provocando en ella un sobresalto. Se disculpó con Pedro y se perdió entre el pasillo, él la vio alejarse despacio y no pudo evitar excitarse al recordar su sensual caminar, el mismo que había visto tantas veces cuando después de hacer el amor se levantaba de la cama desnuda dirigiéndose al baño. Ese día Cristina llevaba zapatos bajos y una falda blanca a la rodilla con motivos florales cuyo vuelo al andar hacía revelar un par de muslos blancos y duros aun siendo delgados, la blusa sin mangas dejaba ver sus brazos largos terminados en manos suaves y de uñas recortadas perfectamente, el cabello le caía libre sobre los hombros, estaba radiante, se notaba feliz.
Pedro sintió al momento que él no era nadie para arrebatarle la felicidad que sin duda tenía, pensó en irse de ahí pero las sienes le punzaron fuertemente. Vio claramente su imagen flotando por encima de su cabeza, cerca del candelabro italiano que colgaba del techo sobre la mesita de centro, pero él estaba sentado en el sofá de la sala tomándose con fuerza la cabeza, sintió que su boca se abría y que su garganta sufría para emitir sonidos articulados.
- Así que por fin te has dado cuenta de quien soy en realidad. ¿Por qué tardaste tanto? Todo el tiempo tuviste la respuesta frente a ti, pero estuviste siempre muy ocupado encontrando culpables cuando en el fondo sabías que tú eres el responsable de tu propia desgracia. ¿Crees que yo no sabía lo que en realidad le pasó a don Pedro Ortiz del Prado? Pues lo sabía y de primera mano. Tu padre fue incapaz de soportar la presión de una esposa independiente y controladora y ahí es donde yo entré en escena, le ofrecí una salida a sus problemas y aunque me costó un año convencerlo, cuando los dolores que le causaba fueron sencillamente insoportables, sin dudarlo la tomó. Lo único que pedí a cambio fue su cordura y él sin vacilar me la entregó. Un año en el que todos los síntomas médicos apuntaban a que había desarrollado un tumor descomunal. Todo está en la mente y yo ya me había apoderado por completo de la suya. Cuando ya no había más que gobernar quise irme, explorar otros cuerpos, otras consciencias, lo dejé por un momento y él, al darse cuenta de que lo había perdido todo, que sin mí no sobreviviría y que no podría soportar la vida decidió cortarse la garganta. Yo no sufrí por ese hecho, al contrario, lo había drenado y me había aprovechado de él lo más que pude. Yo fui demasiado para él, en verdad lo rebasé. Tu padre fue un buen hogar durante los casi diez años que viví dentro de él, alimentándome de las feromonas que provocaba a su paso, de las que él mismo emanaba con cada acercamiento de su esposa, tu madre, con cada toque de las jóvenes enfermeras del hospital San Jorge de Atanes, incluso era tal el control que logré ejercer sobre él, que podía hacer que se masturbara mientras le proyectaba las imágenes mentales necesarias para hacer suficiente su excitación. Cuando ‘el Toro’ fue poca cosa para mí, busqué a lo más parecido que había a la mano, qué mejor que su hijo mayor, cuya personalidad fue forjada genéticamente a su imagen y semejanza. Quizá te subestimé Pedro, pensé que serías una presa más fácil a mis artimañas, por mucho tiempo lo fuiste, aunque tú pensabas que eran los fármacos del tratamiento los que mantenían tu mente obnubilada, en realidad era mi presencia la que no te dejaba pensar claramente, los fármacos solamente me hacían estar más y más presente dentro de tu ser. ¿Por qué si no tus médicos se rascaban la cabeza buscando respuestas al porqué todo lo que intentaban por mejorarte fracasaba? Marisol era otra cosa, su mente es mucho más poderosa que la tuya y yo estaba consciente de que era parte fundamental de tu paz y tu bienestar. Por eso te hice ser de esa manera con ella, irla alejando poco a poco hasta que llegara el punto en el que se hartara de ti, de tu pasividad y de tu desidia, de tus constantes depresiones de las que ella no tenía culpa alguna ni tampoco ninguna necesidad de soportar.
- Yo la amo. Marisol es la mujer de mi vida. - Pedro se forzó a abrir la boca para decir esas palabras en un chillido ahogado, insuficiente para que lo escuchara alguien más. Al instante la figura que flotaba por encima suyo se precipitaba hacia el piso como jalado por una cuerda invisible, sin embargo aún se resistía.
- Pero ella no te ama. Es demasiado buena mujer para ti, el haberte abandonado fue lo mejor que ella pudo hacer. Marisol se merece un hombre cabal, no un moribundo que no es capaz ni siquiera de controlar sus propios instintos. ¿Qué fue lo que hiciste? Corriste de inmediato a los brazos de otras mujeres en cuanto te diste cuenta de que se había marchado, Cristina, Laura, Leticia. Mañana será otra y después otra, y cuando haya acabado contigo correrás la misma suerte que tu padre. - Pedro ya no veía a la figura desde donde la voz provenía, pero escuchaba que el tono de voz ya no era autoritario sino defensivo.
- Marisol me ama. Lo sé, y nada de lo que tu puedas decirme cambiará eso. Tengo que buscarla, tengo que verla antes de irme. - Dijo Pedro en un susurro pero fue suficiente para que la figura descendiera hasta tocar el piso y se desvaneciera, en ese mismo momento, el ruido de los pasos de Cristina volviendo a la sala lo hicieron levantar la mirada.
- ¡Pedro! ¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? - Dijo ella corriendo a sentarse a su lado, con el dorso de la mano izquierda tocó su frente. - Estás caliente.
- Estoy bien, no te preocupes, solamente sentí un poco de mareo, eso es todo.
- ¿Estás seguro? Yo sé cómo hacerte sentir mejor. - Cristina se acercó a él aún más, recorriendo ahora con la palma de la mano izquierda todo el costado de su cabeza hasta llegar al cuello, mientras con la mano derecha le acariciaba la rodilla y lentamente seguía hasta alcanzar el interior de sus muslos. Cerró los ojos y despacio acercó su cara a la de él, entreabriendo los labios tocó su mejilla con ellos y buscó su boca.
- No, Cristina, no por favor. - Pedro se retiró en el último momento antes de que sus labios hicieran contacto con los de ella, tomándola de ambas muñecas quitó sus manos de su propio cuerpo y mirándola a los ojos explicó. - Perdóname Cristina, por favor. Pero no puedo, necesito buscar a mi esposa. Te agradezco infinitamente todo lo que has hecho por mí, siempre, no sólo esta noche, pero debo irme. Es a Marisol a quien amo y tú lo sabes. No me olvides, ¿quieres?
- No lo haría nene, en ese caso, debo decirte algo importante antes de que te vayas.
- Dime.
- Ezequiel acaba de llamarme por teléfono, me preguntó por ti.
- ¿Le dijiste que estaba aquí contigo? No quiero verlo ahora, quiero decidir a quien ver y a quien no, y en este momento no quiero ver a nadie que no sea mi esposa, ¿me entiendes? Es por eso que he apagado mi teléfono celular.
- Perfectamente. Y no te preocupes, le dije que no sabía nada de ti desde hace meses.
- Gracias hermosa, sé que siempre puedo confiar en ti. - Pedro comenzó a levantarse pero Cristina se lo impidió tomándolo con fuerza del brazo.
- Ezequiel no está solo. Está en tu casa, con Marisol. Te están esperando. Me dijo que te buscaron con tus médicos y en el hospital y en tu departamento, pero no pudieron hallarte.
Pedro se quedó sin palabras, se levantó y lentamente sacó su teléfono celular del bolsillo derecho del pantalón y lo encendió. Sonrió tiernamente cuando miró que como fondo, aún tenía la foto que se habían tomado Marisol y él cuando viajaron a Grecia en su luna de miel. Pero no era a su esposa a quien quería llamar. Con el dedo pulgar de la mano derecha apretando frenéticamente el mismo botón, buscaba entre sus contactos el nombre deseado. Leticia Garcés. Presionó el botón verde y la llamada estaba entrando. Impaciente, Pedro caminaba por la sala esperando que le respondiera. Cristina solamente lo observaba con compasión y con una sonrisa apenas insinuada en los labios.
2 comentarios:
argh!
hay:O
que interesante diablote
cuidate
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