9.11.08

20.

La doctora Leticia Garcés Padró temblaba de coraje, tenía tantas sensaciones dentro de sí que se contradecían y no quería salir en ese estado, no quería que la doctora Laura Velasco lo notara. No era posible que ella se sintiera de esa manera, ella que era experta en el duelo, muy buena y reconocida por sus colegas como una de las mejores psicoanalistas de la ciudad, no, del país. Ella no era capaz de lidiar con los sentimientos que este caso le provocaba. Hacía solamente dos días desde que había conocido a Pedro en persona, no olvidaba su cara de estupefacción cuando entró por primera vez al consultorio con la excusa de que se le había hecho tarde, tampoco quitaba de sus pensamientos el calor que con sus relatos, él pudo avivar dentro de ella. Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que pudo reunir, reprimió a sus lágrimas de seguir fluyendo, se limpió el rostro y salió con el pecho erguido y la espalda muy derecha.

- ¡Leticia! Había olvidado por completo que estabas aquí. Vaya, ¡qué vergüenza!

- No te disculpes Laura, no es tu culpa, yo tampoco me imaginé jamás que ustedes dos se conocieran.

- ¿De verdad? ¿no lo sabías? Yo pensé que ...

- No, Laura, no pienses nada de mí por favor. Estoy tan confundida como tú.

- No me arrepiento de haber aceptado hablar con Pedro, supongo que él lo necesitaba y el doctor Horacio Sacbé lo único que hizo fue concertar la cita. Lo que me saca de balance es que tú, siendo su terapeuta no hayas estado enterada de la relación entre él y yo.

- Es algo que tendré que arreglar yo con Horacio, Laura, te agradezco la confianza pero tengo que irme. Gracias por todo.

- Cuando quieras Leticia.

- Gracias, colega. - Al decir esto, Leticia no puede evitar que de sus labios salga una risita irónica que de inmediato reprimió.

Ella se despidió con una sonrisa y caminó rápidamente hacia el elevador. Al llegar a la recepción, se encontró con que Pedro apenas iba saliendo del hospital San Jorge de Atanes y ella se detuvo por un momento, no quería verlo pues de pronto sintió que él era en parte responsable del juego del doctor Horacio. Sin embargo no pudo evitar quedarse mirando la parte trasera de su cabello, sus hombros ligeramente encorvados y su espalda musculosa contraída por el acto de meter sus manos en los bolsillos del pantalón. Lo miraba alejarse lentamente cerrándose y apretando con la mano derecha la parte superior de su chaqueta rompevientos, hundir la barbilla dentro para cubrirse del viento helado y perderse entre la multitud de la calle frente a la puerta principal del hospital, por preciosos segundos olvidó su enojo y en lo único que podía concentrarse era en el recuerdo de la tarde anterior en el departamento de Pedro.

Caminó ella misma hacia la salida y al subir a su auto y encender la calefacción, su teléfono celular se deslizó fuera de su bolsillo y entonces recordó la corta conversación que había tenido hacía unos minutos con Horacio Sacbé. El labio superior le temblaba de coraje y se dispuso a enfrentar el tráfico del mediodía por las avenidas de la ciudad. A pesar de que estaba a sólo cinco kilómetros de distancia, tardó poco más de treinta y cinco minutos en llegar al consultorio del doctor. Mientras entraba dando un portazo e ignorando por completo a la recepcionista, Horacio abrió la puerta de su despacho privado, sin oponerse demasiado la dejó pasar e hizo una seña a la secretaria indicándole que no se preocupara, que él se haría cargo.

Leticia casi pierde la respiración cuando al entrar al despacho, se encontró con que había dos personas más ahí además del doctor Horacio Sacbé. A la primera la reconoció de inmediato, sentada en el diván estaba una mujer de mediana edad con el cabello corto, castaño e iluminado por algunas hebras de pelo cano que le recorrían el cráneo, la cara redonda mostraba signos de que había estado llorando, los ojos estaban empequeñecidos y enrojecidos por igual, no era muy alta, seguramente alcanzaba el metro con sesenta centímetros solamente con zapatos de tacón mediano; la misma mujer que se había hecho presente en su consultorio dos días atrás para hablarle de Pedro y de su padre, la señora Helena Darmand viuda de Ortiz, aunque en su visita anterior le había pedido que la llamara con su apellido de soltera, Helena Darmand Fontanet. Junto a ella Leticia vio que permanecía de pie un hombre, uno o dos años menor que ella misma, alto y delgado de piel blanca pero quemada por el sol, el cabello muy negro, corto y revuelto y con una espesa barba del mismo tono que intentaba sin éxito ocultar los prominentes pómulos, un par de ojos pequeños y casi tan negros como el cabello la miraban sin una expresión identificable a simple vista mientras ella entraba.

- Discúlpame Leticia, creo que ya conoces a Helena, la madre de Pedro. - El doctor Horacio Sacbé cerraba la puerta del despacho tras de sí y se apuraba a ofrecerle a Leticia un asiento.

- Eh, sí, sí Horacio, nos conocimos hace un par de días.

- Encantada de verte de nuevo Leticia. - Helena Darmand se limpiaba las lágrimas del rostro con la mano izquierda mientras le extendía la diestra en un saludo. - Él es mi hijo Alejandro. - Éste le dirigió una mueca que intentó ser una sonrisa y ella le devolvió el gesto.

- Horacio, no entiendo qué es lo que ...

- Leticia, permíteme un momento, no digas nada, te lo ruego. Solamente escúchame, escúchanos, si al final aún tienes dudas te prometo que contestaré a todas y cada una de ellas con la verdad. - La expresión de Horacio Sacbé no era la de un hombre mentiroso, había humildad en su mirada y grandes dosis de culpabilidad, ella lo notó de inmediato y por eso dejó de protestar; se sentó en la silla que le ofrecía el doctor y no apartó la mirada de él mientras se acomodaba en el sillón detrás del escritorio.

- Mamá, ¿quién es esta mujer? ¿qué está haciendo aquí? ¿qué tiene que ver con mi hermano? - La voz de Alejandro era idéntica a la de Pedro, grave, profunda y de tonalidad baja. Leticia se sobresaltó cuando habló pues creía estar escuchándolo a él, al hombre por el que había comenzado a sentir una empatía mucho más allá de la de un doctor y su paciente, cariño mucho más allá del de una confidente a su amigo. Y escuchar la voz de quien menos de veinticuatro horas antes la había hecho volar, pero saliendo de los labios de otro hombre lo único que provocaba era que tanto su deseo como su incertidumbre se incrementaran.

- Tranquilo Alejandro. - El doctor Horacio Sacbé habló desde su sitio con una voz fuerte y autoritaria, pero al mismo tiempo condescendiente. Conocía el genuino interés de Alejandro por el bienestar de su hermano, de hecho, todos en este lugar querían lo mismo, todos trabajaban, cada quien desde su propia trinchera por el mismo objetivo. Hacer del tiempo que le quedara de vida a Pedro lo mejor posible.

Doña Helena Darmand Fontanet profirió un sollozo estremecedor. Había caído en la cuenta de que todo lo que había hecho y que estaba haciendo por su hijo sería en vano. Horacio, el gran amigo de toda la vida de su fallecido esposo le había confiado los secretos de Pedro, sus pensamientos y sus teorías. Ella lo había vivido antes, era la historia de su padre de nuevo, primero el diagnóstico del tumor cerebral y después, la pérdida de la cordura. Habían llegado los sentimientos de megalomanía y la esquizofrenia, todo provocado por la afectación que el cerebro sufría debido a la presión creciente del cáncer. Todo este asunto de las feromonas y el olor como detonantes de la enfermedad de Pedro no le parecían más que patrañas.

- Leticia, antes de comenzar dime una cosa ... - Dijo la señora Helena con la voz a punto de quebrársele. - Tú eres una profesional, conoces por tu formación la manera en que funciona el cerebro humano, químicamente, me imagino. ¿Qué opinas de esa tonta idea que se le metió a mi hijo en la cabeza? ¿En realidad crees que pueda ser posible que las feromonas propicien la aparición de tumores malignos?

- Helena, no sabría que contestarle, mi experiencia con tumores y otras enfermedades cerebrales no es muy amplia. A nivel mental es otra situación. Es bien sabido dentro de la práctica que casi cualquier cosa puede desencadenar una psicosis, y en el caso de Pedro, su estilo de vida y sobre todo su herencia, sus antecedentes familiares de desórdenes mentales lo hacían más que propenso a desarrollar cierto nivel de esquizofrenia, que es lo que yo alcanzo a distinguir, al menos en el poco, muy poco tiempo que tengo tratándolo, pero no me atrevería a aventurar un diagnóstico clínico tan pronto. Horacio no me dejará mentir si afirmo que existe una posibilidad relativamente considerable de que sea cierto lo que Pedro dice, al menos él lo cree y a estas alturas no creo que sea prudente el intentar desmentirlo. Eso es lo que yo les recomendaría, pero en última instancia, a falta de su esposa, les corresponde a ustedes la decisión del camino a seguir. Estoy segura que nadie mejor que el doctor Horacio Sacbé para aconsejarlos en esto.

- El juicio de Horacio está más que nublado por su cercanía con mi hijo. - Replicó Helena.

- Me declaro totalmente culpable de esa acusación Helena. - El doctor Sacbé se notaba claramente abatido, la fuerte personalidad de la señora Darmand se le imponía. - Confieso también que fallé hace más de veinte años con la enfermedad de ‘el Toro’, y ahora está pasando todo de nuevo con su hijo, mi ahijado.

- Por eso recurrimos a ti, Leticia. - Helena se dirigía a la doctora Garcés con una ternura que no habría pensado posible la noche anterior cuando sus palabras para con ella fueron fuertes y acaso hasta ofensivas. - Creímos que alguien externo a la familia, una profesional del tamaño de lo que tus credenciales muestran podría mantenerse al margen de la situación y no dejar que sus sentimientos la desviaran del camino de la objetividad.

- No fue muy buena idea después de todo. - Alejandro intervino con sorna rompiendo el silencio.

- Eso es completamente mi culpa. - Leticia Garcés aceptaba, su rostro de piel blanca se roseó ocultando las pecas que le cruzaban por encima de la nariz. - Y desde que me di cuenta de lo que estaba sintiendo decidí dar por terminada la terapia con él. Intenté decírselo, pero fallé, permití que mis sentimientos y mis instintos sobrepasaran mi ética y ahora deberé pagar por ello. En mi defensa sólo diré que estaba a punto de decírselo cuando perdió el conocimiento, entro en estado de shock. Estoy decidida ya a hablar con él esta misma noche o mañana a primera hora, en presencia de ustedes si es necesario.

- No, no Leticia, ya no será necesario. - Dijo el doctor Horacio desde detrás del escritorio.

- ¿A qué te refieres? No entiendo. Para mí es importante hablar con él, decirle lo que siento y hacerle saber que cuenta conmigo para lo que quiera. No quiero ocultarle que lo quiero y que estoy dispuesta a luchar por él, a luchar a su lado de la manera que sea.

- Precisamente a eso me refiero. Por favor, déjame hablar. - Horacio Sacbé se recargó pesadamente en el respaldo del sillón giratorio negro de piel en el que se encontraba. - Hace un poco más de seis meses, Alejandro comenzó a notar algo extraño en el comportamiento de su hermano, estaba más huraño que de costumbre pero al poco tiempo, incluso en diferentes momentos del mismo día cambiaba radicalmente y se ponía eufórico sin razón aparente. De inmediato vino a contármelo y yo convencí a Pedro para que adelantara su chequeo médico anual y ahí fue cuando descubrí el tumor que crecía dentro de él. Al principio me resistía a creerlo, se lo confié a Helena y juntos tomamos la decisión de dejar a Marisol por completo fuera de esto. Alejandro se encargó de abordarla un día que salió con su madre y su hermana, le costó bastante trabajo convencerla de que lo mejor para ella era ya no volver al lado de Pedro. Se muy bien que él no está orgulloso de lo que hizo, tuvo que mentirle aunque siempre apuntando por un bien mayor. Te pido que no la juzgues, así como no lo hicimos ninguno de nosotros, es culpa nuestra enteramente, en ese momento pensamos que ella no se merecía lo que pasamos los que estuvimos a su lado en los momentos más álgidos del tratamiento. Tú lo viste Leticia, estuviste hace unas horas en el quinto piso del hospital San Jorge de Atanes, pudiste echar aunque fuera un breve vistazo de lo que significa el cáncer tanto para los enfermos como para sus familiares. De ninguna manera fue con el afán de dañar a Pedro, al contrario, Marisol es una mujer muy sensible y verlo en ese estado la destrozaría, y el verla a ella destrozada también le rompería el corazón a él. Dos semanas después de que nos llevamos a Marisol lejos, Pedro tuvo su primer desmayo, del que ya te he contado, cuando estuvo con Cristina por última vez y entonces se lo hicimos oficial, estaba enfermo y era menester comenzar el tratamiento cuanto antes. Como sabes, lo abandonó pronto y fue cuando sus teorías comenzaron a aflorar, él empezó a alejarse cada vez más de su familia y solamente confiaba en mí; nuestra decisión siempre fue pensando en que no había remedio posible, aún pensamos eso, preferimos calidad sobre cantidad de vida, y ayudándolo en su búsqueda de verdades, por disparatadas o irreales que pudieran parecernos era la mejor manera que teníamos para procurársela, aunque él no supiera jamás lo que hacíamos para ayudarlo. Conozco tus capacidades y confié en ti para guiarlo de la manera en que yo no fui capaz. ¿Me equivoqué o no? Eso está aún por verse, pero siempre hay tiempo para volver sobre nuestros pasos. Necesito Leticia, que estés muy tranquila y que sean los que sean tus planes con Pedro te olvides de ellos. No estoy arrepentido de lo que he hecho, pero te pido una disculpa por haberte usado de esta manera.

- Horacio, sigo sin comprender del todo, yo ... - La réplica de Leticia fue interrumpida por el fuerte sonido que salía del bolsillo de Alejandro. Su teléfono celular sonaba.

- Bueno ... Perfecto, quedamos así. - Cerró el teléfono cortando la llamada. - Mamá, Marisol te manda saludos, ya está en su casa, nos espera a la hora de la cena. Quiere saberlo todo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Igual que yo!! Quiero/necesito/deseo a ti.. digo no, saberlo todo!! jejejeje adios! :P!

Anónimo dijo...

Ha diablote..pobre leticia:O
quiero saber mas..jeje
me tiene intrigada la historia jejeje:P

besos

la chida de la historia dijo...

Leticia es una pendeja.. el doctor y la familia... aghhh!!! malditos manipuladores... Pedro... la víctima que se cree con el poder de decidir cuando solamente es una marioneta de hilos débiles... Marisol... ah, pobre estúpida!... pero sabrá compensarlo en algún momento... en fin...

Como fanss que soy, seguiré esperando lo que 'ya sabes'... y si no lo recuerdas, te chingas y esperas junto conmigo a que suceda....

(toy triste)

Besos!