16.11.08

13.

La doctora Leticia Garcés Padró estaba de pie frente a Pedro. Él le lanzó una mirada de deseo, un deseo que había estado conteniendo desde la mañana, cuando se despertó descubriendo que su mano estaba dentro de sus pantalones, no sabía si se había masturbado entre sueños o se la había llevado hasta ahí mientras soñaba con sus mujeres. No se preocupó por su erección matutina, era normal, pero pensó mucho en los seis meses anteriores que había pasado con nula actividad sexual; al principio, el recuerdo de la última y desastrosa vez con Cristina lo atormentaba, después de que el tumor le fuera detectado y de que comenzara el tratamiento, éste mismo se había encargado de prácticamente llevar su libido hasta niveles ínfimos. Además de sentirse poco atractivo, sin cabello ni barba ni rastro alguno de pelo facial, ni siquiera cejas o pestañas, los brazos antes fuertes y marcados ahora colgaban con el músculo convertido en pellejo flácido, estaba delgado como nunca antes en su vida, irónicamente su abdomen había crecido hasta transformarse en una bolsa amorfa y sus mejillas siempre redondeadas estaban hundidas acentuando sus pronunciados pómulos. Se deprimía con el solo hecho de verse desnudo al espejo, su pene disminuido ya ni siquiera podía decirse que se balanceaba, sólo estaba ahí, empequeñecido y apuntando al suelo, a pesar de que jamás se vanaglorió de su tamaño dado que no conocía otros penes que no fueran el de su hermano y el de su padre, pero no guardaba memoria de eso, había sido hacía muchísimos años ya, se sentía poco hombre y poca cosa. Y esa había sido la principal razón de que haya decidido abandonar el tratamiento, en esos días había comenzado a plantear sus teorías sobre las feromonas y estaba convencido de que ya no acabaría, los químicos que tomaba todos los días lo mantenían sometido y no podía pensar claramente, además de su paupérrima apariencia física. Pero ahora estaba bien, había recuperado el tono muscular y tanto el cabello como la barba le habían vuelto a crecer a su ritmo habitual, aún vestía el traje negro, la camisa y la corbata, ni siquiera se había quitado los zapatos al recostarse, se sentía bien, poderoso y atractivo y tenía frente a él a una mujer deseable y lo que era aun mejor, totalmente excitada.

Leticia comenzó a hablar pero Pedro la interrumpió al instante colocando su dedo índice sobre sus labios y acercándose a ella, rozó la totalidad de su boca con los dedos de la mano derecha y por fin pudo alcanzar su cintura con la izquierda. Él clavó la mirada verde en sus ojos pequeños y tal como lo imaginó, ella no fue capaz de soportarla durante mucho tiempo, se dio perfecta cuenta de cómo ella bajó sus párpados para observar su boca. Pedro mordió despacio su propio labio inferior y acto seguido se los enjugó con la lengua, Leticia arqueó ligeramente a espalda revelando la turgencia de su pecho que se inflaba y crecía con cada respiración, que para entonces ya era muy rápida. Lentamente le acarició el rostro con el dorso de la mano derecha rodando los dedos que aún permanecían en sus labios hasta la mejilla. Las manos de Leticia dejaron de estar inmóviles a sus costados y mientras la izquierda subía hasta tocar la mano de Pedro junto a su cabello, la otra se elevaba por el frente, con un ritmo tranquilo le rozaba la barba provocándole un espasmo que le recorrió desde el mentón hasta el último rincón de su cuerpo, él cerró los ojos y echó la cabeza suavemente hacia atrás, lo que hizo que ella recorriera su cuello apenas tocándolo con las puntas de los dedos y llegando hasta el nudo de la corbata, metió las manos dentro de la parte superior de la camisa y con una habilidad que le sorprendió hasta a ella misma desabrochó el primer botón y jaló la corbata liberando un poco de la presión que le ejercía en la garganta y haciendo que él volviera a mirarla, con otro movimiento rápido logró despojarlo del saco que cayó sobre la alfombra sin hacer ruido. Pedro iba adueñándose más y más cada vez de su cintura, sintiendo y palpando y acercándola a él un poco con cada movimiento hasta que llegó el punto en el que los cuerpos estaban unidos y Leticia podía sentir la dureza que de entre los pantalones de Pedro se le clavaba en el vientre, mientras que sus senos se apretaban contra su pecho haciendo que el escote bajara y quedara a la vista de nuevo el encaje negro de su ropa interior. Soltó la mano derecha que aún le acariciaba el rostro e intentó separarse un poco.

- Yo solamente quería decirte algo, Pedro, escúchame ... - Leticia hablaba con dificultad y entre gemidos, pero por segunda ocasión en menos de cinco minutos, no pudo terminar su frase.

- Sh, Lety, no digas nada, por favor, no hables.

- Necesito decírtelo Pedro, no sé que me pasa, yo ...

- ¿No puede esperar? - Pedro apretaba a Leticia contra su cuerpo aún con la mano y los dedos liberándose del estar enredados en el largo cabello castaño de destellos rubios y dando un fuerte empujón a la puerta para cerrarla, conduce a su presa hacia adentro, hacia la sala. Leticia se dejó llevar.

- No estoy segura, pero a estas alturas da lo mismo antes que después - Pensó por vigésima vez lo que tenía que decirle a Pedro y como cada vez que lo hacía, sentía que no era una buena idea, pero era justo que él lo supiera. Sin embargo la cercanía de su cuerpo deseable la hacían sudar y gemir. Volvió a acordarse de la fiesta en la que había estado con Guillermo por primera y única vez y el último orgasmo que había tenido en su vida. ¿Estaba lista para sentir con tanta intensidad de nuevo? La historia de Pedro no era precisamente la de un buen partido, era cierto, había estado casado casi cinco años y según lo que le había contado el doctor Horacio Sacbé, no había evidencia de que alguna vez haya engañado a su esposa Marisol. Pero el fantasma de la relación que él tenía con su antigua novia y confidente, Cristina, la incomodaba bastante. - Pero ¿qué barbaridades estoy pensando? - Se dijo. Se estaba imaginando de la mano de Pedro paseando por alguna playa indeterminada, hablando, riendo y abrazándose periódicamente. - ¡No puedo enamorarme de él! - Se repetía mentalmente con el propósito de quitar esa imagen de su cabeza. Simplemente no era posible, lo conocía en persona hacía solamente un poco más de veinticuatro horas, y aunque conocía su historia por los antecedentes que el doctor Horacio le había confiado, no dejaba de ser un desconocido. Un desconocido que le estaba robando el aliento, un desconocido que la tenía recostada en el sofá de su departamento, un desconocido que le besaba el cuello y la cara con tanta vehemencia como no estaba segura de que alguien se lo haya hecho antes, un desconocido cuya barba cerrada le raspaba provocándole estremecimientos en todo el cuerpo, un desconocido que la tenía fuertemente sujeta por la cintura sin posibilidad ni deseos de escapar, un desconocido que le acariciaba las pantorrillas con la combinación exacta de presión y suavidad que le hacían querer gritarle que se apresurara y se moviera hacia sus muslos, hacia el interior de ellos, que se deshiciera de su ropa interior y la tocara entre las piernas con esos dedos que la hacían volar, que la despojara por completo de su ropa y la dejara a ella hacer lo mismo con la suya, que la sometiera y que hiciera de su cuerpo lo que quisiera. Y se abandonó, dejó de pensar.

Pedro se abocaba a besar cada milímetro cuadrado de la piel visible de Leticia, pero se resistía a besarla en la boca, eso la volvía loca, podía notarlo perfectamente; posaba sus labios y hacía presión con ellos sobre sus párpados, en su nariz, con la punta de la lengua intentaba dar pequeños toquecitos en todas y cada una de las pecas que le atravesaban las mejillas, abría la boca grande y mordía muy suavemente pero procurando abarcar la mayor superficie posible, cerraba los dientes despacio hasta escuchar el gemido de dolor y seguía, raspaba el cuello con los pelitos de su propio mentón, se aventuraba con sigilo a seguir mordiendo por los hombros, bajaba ahora velozmente con la lengua hasta tocar la parte superior de sus senos, con los dientes intentaba separar el sostén negro de encaje y luego lo regresaba a su lugar para seguir besando la clavícula, seguir recorriendo el largo del brazo y al llegar a la mano, uno por uno chupar delicadamente todos los dedos terminados en largas uñas pintadas de negro. Leticia se había abandonado al placer y ya no oponía ningún tipo de resistencia, por el contrario, respondía a cada uno de sus movimientos con el complemento ideal, parecían dos amantes experimentados y doctorados cada uno en el cuerpo del otro. Las manos de Pedro habían alcanzado ya los muslos de la doctora, gruesos, largos, duros, prácticamente lisos y en lo absoluto libres de vello reaccionaban ante las caricias erizando la piel. Él quería escucharla gritar, clavó las puntas de los dedos de ambas manos en la correspondiente pierna, no tenía las uñas crecidas, pero la presión de las yemas sobre los muslos fue suficiente para hacer que Leticia profiriera un gemido mayúsculo. Pedro aprovechó la momentánea convulsión de ella para subir las manos hasta su cadera y hábilmente deslizar cada uno de sus dedos medios debajo de la cinta lateral de sus bragas, hizo una ligera torción y despacio jalaba hacia sí liberando el pubis de su húmedo encierro. Al hacer esto, las piernas de Leticia se juntaron y se elevaron, Pedro tuvo ante sus ojos el sexo completamente depilado de la doctora y no pudo apartar su mirada de ahí mientras sus manos continuaban recorriendo sus extremidades para remover la ropa interior también negra y con el encaje haciendo juego con el sostén. Una vez que las bragas llegaron a los tobillos, él se dio tiempo para desabrochar las cintas de los zapatos de tacón alto que ella no había tenido tiempo de quitarse, así lo hizo y la alfombra apagó el sonido de los tacones al caer; Pedro volvió a recostarse sobre Leticia y al tiempo que jugueteaba con la ropa interior en la mano izquierda, la derecha la deslizaba con la palma completamente abierta y los dedos tamborileando a veces lento y a veces un poco más rápido sobre el muslo de ella y subiendo hasta levantar el vestido negro dejando expuesto su vientre. Aunque seguía evitando juntar su boca con la suya, no resistió y con un movimiento violento mordió el labio inferior de ella haciéndola gemir y sin que ella se diera cuenta, se guardó las bragas de la doctora en la bolsa izquierda de su pantalón del traje.

- Vamos adentro, ¡quiero estar en tu cama ahora! - Leticia tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para lograr articular esa frase. Durante la mayor parte de su vida, siempre se había reprimido en el terreno sexual, le costaba trabajo decir lo que le gustaba o pedir que le hicieran algo en específico. De la noche en que estuvo con Guillermo no tenía recuerdos claros, sólo sabía que había sido increíble y que ella había estado fenomenal según él mismo le contó después. Y esta mañana tenía toda la intención de recordar cada detalle, por pequeño o insignificante que pareciera.

Pedro la obedeció, sin decir palabra alguna la tomó por los muslos, ella le rodeó con sus brazos el cuello y el le plantó con un par de golpes ligeros las palmas de sus manos completamente abiertas en las nalgas. La levantó en vilo y después se irguió también él mismo del sofá. Así, cargando a Leticia caminó por el pasillo con dirección a su cuarto. Ella recargó su cabeza en el hombro de él aspirando su olor y al mismo tiempo empujaba discretamente su cadera para rozar su pubis con el cuerpo de Pedro. Él besaba los lóbulos de su oreja.

Al llegar a la habitación la recostó en la cama, acarició su pecho y con un hábil movimiento de manos desabrochó por el frente su sostén, todavía sin quitárselo del todo bajó los brazos para levantar completamente el vestido negro, ella hizo lo propio despojándose del sujetador de encaje negro y finalmente quedó completamente desnuda, acostada y definitivamente lista. Pedro jaló su corbata y se abrió la camisa sin importarle que los botones se arrancaran, Leticia le desabrochaba el pantalón, hacía descender el cierre y bajaba sus manos para dejar al descubierto su virilidad. Pedro hizo el resto, terminó de quitarse el pantalón junto con el bóxer y se tumbó suavemente sobre ella sintiendo su piel en la suya, sus ya duros pezones rosados apuntando a su cuerpo apretándose contra su pecho. Se preparó, con la mano izquierda llegó hasta el centro de su entrepierna sintiendo su humedad, con la mano derecha tomó delicadamente su rostro y por fin, sus labios se entreabrieron y se posaron lento sobre los de ella que le respondían con ansias. Un olor penetrante parecido al olor del cloro para lavar platos le llenó la nariz a Pedro, pero eso lejos de molestarle lo excitaba. Sin embargo se retiró abruptamente del beso y dijo:

- Duerme conmigo Lety, por favor.

Al terminar la frase se acurrucó entre los brazos de una confundida Leticia que no sabía que hacer. - ¿Qué hago ahora? - se dijo. Su cuerpo estaba húmedo y caliente y tan rebosante de adrenalina que le sería imposible dormir, pero el mirar a Pedro acurrucado junto a ella la lleno de ternura y tampoco podía evitar quedarse mirándolo y velando su sueño. Decidió no vestirse y abrazarlo. Sin que ella lo viera, Pedro sonreía maliciosamente.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

woowha demaciado profunda diablote
ke mas sigue?
cuidate cada dia se pone mucho mejor

Anónimo dijo...

No le hagas esto a la pobre Letyyyyy!! Dios, pobre, de verdad, pobreee!!

Anónimo dijo...

No le hagas esto a la pobre Letyyyyy!! Dios, pobre, de verdad, pobreee!!

Anónimo dijo...

pobre lety.... jajajaja estamos acostumbradas a ese trato tuyo

Ni modo, una mas, y nos vamos

Un placer casi humedo el leerte...

un beso, pero no en la boca

la chida de la historia dijo...

Yeeeeah!!

Que bien, yo sabía que se la iba a echar!... aún no, pero casi.... agh!.. casi!

Muy bien... me encantó!!!

Definitivamente estoy de acuerdo con una de tus fanssssss!... un placer 'casi' húmedo al leerte....

Qué sigue, qué sigueeee????

(bravo!!)